El Carnaval, a lo largo de la historia, fue asociado tanto a celebraciones paganas como religiosas, pero, en ambos casos, no cabe dudas de que se trata de una fiesta permisiva, unos días de euforia y relajación de cosas prohibidas de la sociedad. Hoy, es una fiesta alegre y colorida, de disfraces, música y baile, un regocijo de niños y adultos.
Algunos historiadores datan a los primeros carnavales en la antigua Sumeria, retomado por Egipto y el Imperio Romano, desde donde se difundió por toda Europa, siendo traído a América por españoles y portugueses en la época de la conquista a partir del siglo XV.
Otros dicen que su origen, siempre pagano, se remonta a los tiempos de la antigua Grecia y Roma, en las fiestas dionisíacas griegas y las saturnalias romanas, cuyo significado celebraba el paso de un año a otro. Su legado en los carnavales se ve en el uso de máscaras, desfiles de carros y la sátira política.
Entrada la Edad Media, se volvió religiosa. La palabra Carnaval es un término latino, carnelevarium, que significa quitar la carne. Por esos años, la iglesia católica prohibió el consumo de carne durante la cuaresma cristiana, previa a la Pascua, y entonces, el Carnaval marcaba unos días excepcionales, opuestos a la represión sexual y al severo ayuno de la Cuaresma, que venía inmediatamente después.
La sociedad de la época estaba empobrecida, con hambrunas frecuentes y muchas diferencias sociales. El Carnaval entonces se usaba para dar un respiro, divertirse e intercambiar los roles sociales donde el pobre se confundía con el rico, la servidumbre con los amos, hombres transformados en mujer. Entonces, a través de máscaras y disfraces se permitía el cambio de identidad, la burla de la jerarquía y la caricatura de lo prohibido y chabacano.
Finalmente, en el Renacimiento, el Carnaval llegó a las cortes europeas, que, ligada más al teatro, la danza y la música, la fiesta toma un tinte ornamental y auge esplendoroso, donde se destacaban los largos desfiles, carros alegóricos y espectaculares vestidos.
A lo largo del tiempo, aquel Carnaval nacido de las entrañas de las fiestas griegas y romanas se fue trasladando alrededor del mundo, y hoy en día, se pueden ver, siempre a finales de febrero o primeros días de marzo, según el año, los diferentes festejos que, embebidos por la cultura particular de cada región, toman su propia forma. Hoy, se encuentra muy arraigado como celebración popular, alejándose de su significado religioso.
En América llegó con los conquistadores para luego incorporar rasgos aborígenes y precolombinos. En Argentina es un atractivo turístico importante, y tiene características propias en cada región del país.
Argentina: Tres celebraciones diferentes
En nuestro país podemos distinguir al menos tres tipos de festejos carnavalescos con marcadas diferencias. Por un lado, los del norte argentino, relacionados a fiestas aborígenes como la Pachamama, con influencias peruana y boliviana. Por otro, aquellos que presentan grandes comparsas y carrozas alegóricas, cuyo ejemplo más conocido son los de Corrientes y Entre Ríos, familiarizados con el carnaval brasilero; y por último, los corsos porteños, más relacionados a las murgas rioplatenses y a las canciones de protesta, similares a las murgas uruguayas.
El norteño Diablito Carnavalero
Los carnavales de Jujuy, fundamentalmente en la Quebrada de Humahuaca, se basan en el desentierro y el entierro del Diablo Carnavalero, Coludo o Pujllay, un muñeco que simboliza la liberación de los deseos reprimidos. Introducido por los españoles en América, se fusionó con rituales nativos destinados a celebrar la fecundidad de la tierra y a honrar a la deidad de la Pacha Mama, por los bienes recibidos.
La celebración comienza con bailes y carnavalitos una semana antes del gran carnaval, donde los participantes acompañan a las comparsas y se congregan en los alrededores del pueblo para llevar a cabo la ceremonia de desentierro. Allí desentierran a quien fecunda a la Pacha Mama, representado por un muñeco de trapo que fue enterrado en el final del último carnaval. Una vez finalizada la ceremonia, todos bajan cantando canciones y se tiran agua, harina, talco y serpentinas. Durante ocho días, las comparsas bailan carnavalitos por las calles, y a la noche en los locales. El festejo termina el Domingo de Tentación, con el entierro del Diablo, en un hoyo que representa la boca de la Pachamama, junto a cigarrillos, coca, serpentinas y chicha hasta el año siguiente.
Se prueban entonces platos típicos como empanadas, corderos, queso de cabra y bebiendo, entre otras cosas, chicha y entre lamentos se reza para que haya nuevamente diversión al año siguiente. Hay baile y música interpretada con instrumentos autóctonos. Los habitantes se visten con trajes coloridos utilizando cascabeles y máscaras para disfrazarse; se divierten impregnándose la cara con harina y tirándose talco y serpentinas, repartiendo ramitas de albahaca.
En Salta además, se realizan los corsos con numerosas presentaciones de danzas propias y también danzas bolivianas como son los caporales, tinkus, diabladas.
Al Este del Carnaval
La ciudad de Corrientes es la Capital Nacional del Carnaval. La tradición se remonta al siglo XIX, antes de la Guerra de la Triple Alianza, donde Corrientes capital, homenajeaba a San Baltazar con música y baile. En ellos se ve la fuerte influencia del Brasil en el diseño de trajes y la organización de los desfiles, moldeados al estilo de las escolas do samba de ese país.
Hay disfraces, desfiles y fiestas en la calle, las comparsas elaboran cada año un tema o argumento que desarrollan a través de las distintas secciones de la comparsa. Los trajes típicos son de fantasía cubiertos de piedras, lentejuelas, canutillos y plumas.
Los desfiles tienen lugar en un Corsódromo y su fiesta carnestolenda se encuentra entre los mejores carnavales del mundo junto al de Rio de Janeiro, Niza, Venecia y Nueva Orleans. También se realizan los carnavales barriales que pretenden mantener vivo el espíritu original.
Desde Corrientes, la costumbre se trasladó a Entre Ríos, celebrándose principalmente en Concordia, Gualeguay y Concepción del Uruguay, aunque el centro carnavalesco es Gualeguaychú, donde se construyó un escenario dedicado a la fiesta llamado corsódromo, con capacidad para 35.000 espectadores sentados.
Las comparsas de Gualeguaychú tienen un límite de 250 integrantes como máximo y un tope de cuatro carrozas y cuatro trajes de fantasía. Las diferentes comparsas compiten entre sí para ser elegidas ganadoras. Los rubros son: carrozas (alusividad al tema, proporciones, formas, color, iluminación, construcción y terminación), vestuario (diseño, confección y fidelidad al tema), música y baile (letra, melodía, canto, ejecución, espíritu carnavalesco y expresividad corporal).
Las principales comparsas de Gualeguaychú son Papelitos, O’Bahía, Marí Marí, Kamarr y Ara Yeví, todas con más de veinte años de antigüedad.
Carnavales ciudadanos: porteños y bonaerenses
La historia de los carnavales en Buenos Aires es un tema muy poco estudiado. Su origen se remonta a los conquistadores españoles, quienes trajeron un carnaval europeo. En sus albores, los sectores populares participaban con bailes y agua en las calles; este festejo no era bien recibido por las clases altas de Buenos Aires, quienes lo describen como una “costumbre bárbara”.
En 1770 se penaba con azotes. Años más tarde, se fue restringiendo a lugares cerrados y así fue que comenzó a privatizarse, a salir de la calle y eso va a sucederse a lo largo de su historia. Por otro lado, en las calles se desafían las prohibiciones, jugando con agua, huevos y harina.
Los festejos, que se realizan desde la época colonial y en el cual confluyen distintas culturas, revela, desde mediados del siglo XIX -detrás de la risa y la máscara- las diferencias sociales de un país y una ciudad.
La sátira, el baile, con mucha influencia africana, la música callejera, el humor, el desparpajo y la burla, son los rasgos más distintivos. Aquí sí, al igual que en el medioevo, la máscara y el disfraz proponen la confusión de lugares sociales y hasta de sexos, lo que hizo que se lo tomara por un hecho subversivo y conllevó a varias prohibiciones a lo largo de su historia y lo llevó a refugiarse en salones privados.
La característica más marcada fue la de la influencia de la cultura de los esclavos negros de la colonia, alrededor de 1600 en el Río de la Plata, quienes se congregaban junto a sus amos para celebrar este festejo con sus canciones, sus melodías, sus instrumentos y bailes.
Otra de las costumbres que caracterizó al carnaval porteño fue la de arrojarse agua. Los bonaerenses se mojaban los unos a los otros; ricos, pobres, blancos y negros, esclavos y señores. El abuso de esta costumbre causó distintas prohibiciones, y recién en 1854 se volvió a celebrar con permiso. El carnaval volvió, pero con un reglamento que había que respetar: se realizaban bailes públicos en distintos lugares de la ciudad, previo permiso policial. Allí surgieron las primeras comparsas.
Los carnavales porteños más brillantes se vivieron durante la presidencia de Sarmiento, fanático del carnaval y cuentan que no le molestaba si le arrojaban agua, incluso cuando era presidente. Allí se realizó el primer corso de 5 cuadras donde participaron 16 comparsas con guitarras, violines y cornetas. Se comentó que el mismo presidente había asistido con un gran poncho y cubierta la cabeza con un chambergo.
Llegado el siglo XX, en cada barrio, organizadas por vecinos y comerciantes, había una murga con jóvenes artistas que, junto con los músicos y las mascaritas, animaban la jornada. Las plazas y las fachadas de los edificios se adornaban con guirnaldas, banderines y lamparitas de colores.
La Avenida de Mayo albergó al corso oficial de la ciudad. Para quienes preferían un ambiente más selecto, se celebraban bailes en el Jockey Club, clubes de barrio y el Club del Progreso. También los teatros como el Ópera, el Politeama, el Marconi y el Smart, se convertían en salones de baile. La orquesta se situaba sobre el escenario, y los palcos se alquilaban. Los bailes de Carnaval fueron la base del relanzamiento del tango.
En la década del 30, las agrupaciones de carnaval de los barrios, pasaron a tener nombres paródicos, acompañados del nombre del barrio de origen: Los Eléctricos de Villa Devoto; Los Averiados de Palermo; Los Criticones de Villa Urquiza; Los Pegotes de Florida y Los Curdelas de Saavedra, son algunas murgas legendarias de aquella época.
La dictadura en 1976 prohibió los carnavales y derogó, a través del decreto 21.329 firmado por Jorge Rafael Videla, el artículo primero del decreto ley por el cual el lunes y martes de Carnaval eran feriados nacionales.
En 1983, con el retorno de la democracia, las calles de Buenos Aires, retomaron la música, el espíritu y el color del carnaval. Actualmente, las murgas mantienen viva la pasión el baile, la parodia, los disfraces y el sonar del bombo. Muchos jóvenes artistas del teatro, la música y la danza han retomado la estética carnavalesca, dando difusión a este género en distintos centros culturales.
A través de nuevas formas y de las distintas regiones del país, el carnaval se recicla, revitaliza, y también adopta modos de resistencia; las murgas barriales son instrumentos de integración, donde la participación y la creación colectiva superan al individualismo que suele prevalecer en los tiempos que corren.