El doctor Osvaldo Manuel Tiscornia es profesor Consulto de la Facultad de Medicina y director del Programa de Estudios Pancreáticos en el Hospital de Clínicas, en el cual fundó, en la década del 50’, el Laboratorio de Exploración Funcional Gástrica en el Instituto de Clínica Quirúrgica del doctor Mario Brea, siendo este el primer laboratorio de esta índole.
Es miembro emérito de la Academia Argentina de Cirugía, ha sido presidente de la Sociedad Argentina de Gastroenterología y ha recibido numerosos premios y distinciones.
El doctor Tiscornia sigue trabajando, no solamente atendiendo con dedicación, deferencia, delicadeza y respeto a sus pacientes tanto en su consultorio como, también, en su “lugar” en Buenos Aires: el servicio de Gastroenterología del Hospital de Clínicas, aunque añore al Hospital Santa Margarita de Marsella donde trabajó.
En alguno de sus cafés preferidos, disfruta de contar las investigaciones realizadas junto al doctor Sarles y conversar sobre biología, anatomía, medicina e, incluso, sociología.
Hincha fanático de Huracán, cuando obtenía los resultados deseados en alguna investigación decía “¡Nos vamos para arriba como el globo!”. También alentaba a sus colaboradores diciendo “¡Esto es para Estocolmo!”.
El doctor Tiscornia disfruta y agradece el reconocimiento y el afecto que recibe. Esta entrevista es otra forma de homenajear su trayectoria.
¿Qué recuerda de su primer día en la Universidad de Buenos Aires?
Fue cuando aprobé el examen de ingreso a la vieja Facultad. En ese entonces el examen era muy severo ¿Y sabe quién fue el examinador? Tuve la suerte y el honor de que fuera Bernardo Houssay, quien luego ganaría el premio Nobel.
En este primer día me sentí muy feliz, orgulloso. Ingresé al curso del Prof J.J. Cirio, Anatomía.
Desde el comienzo demostré tanta dedicación que me designaron como ayudante del Dr Belliz, un excelente dibujante que estaba encargado de crear grandes láminas, en colores, que permitían obtener un adecuado conocimiento de la región anatómica evaluada. Yo estimo que era un muy buen colaborador, me distinguía también en la disección de los segmentos anatómicos.
En los sucesivos parciales de evaluación obtuve siempre la nota máxima, lo mismo que en el examen final. Ello dio lugar para que se me designara como “Ayudante de Cátedra”. Este mismo comportamiento, de mi parte, ocurrió con todas las materias, esto explica que en el score final logrará la cifra de 9,57.
Y entonces un mundo de posibilidades se abrían a su paso
Llegada la graduación otra de “las suertes” que acompañaron mi vida era la vigencia de la ley que indicaba que los 13 promedios más altos de la graduación gozaban del ingreso directo en el practicantado. Ello aconteció, por supuesto, en el viejo Hospital de Clínicas, asentado en lo que hoy es la plaza Houssay.
En un sector privilegiado se levantaba un edificio de tres pisos. Recuerdo, en su frente, la presencia de un hermoso árbol ¡Este destino era realmente maravilloso!
El practicantado constaba de un primer período de Externo y los dos siguientes como “Menor” y un tercero como “Mayor”. Para cumplir, los dos períodos finales, lo hacíamos teniendo una pieza individual. Por supuesto teníamos cocinero y mucama, todas las comodidades imaginables. incluso las de relajación.
Aparte de una guardia semanal, en el resto del tiempo manteníamos contacto con los casos interesantes que acudían a la Guardia.
Y ahí fue cuando “encontró” su especialización
Cumplido el ciclo, el profesor Mario Brea me dio el cuidado médico de toda la Sala 1. Teníamos todo tipo de patologías, muchas provenientes de las diferentes provincias.
Una, muy frecuente, eran los quistes hidatídicos en las más variadas localizaciones. En esa época otra patología llamativa eran las úlceras gástricas y duodenales. Las cirugías tenían una labor llamativa: la gastrectomía.
Un planteo que realicé, en las reuniones anátomo-clínica semanales, era el qué se refería a la sugestión que el tipo de gastrectomía que se empleaba debía ser el fruto de una exploración funcional secretoria, por lo cual se me consideró el fundador del “1er Laboratorio de Exploración Gástrica”.
También empecé a sugerir la necesidad de comenzar a utilizar pruebas que dieran alguna idea de la función pancreática. Con ese fin ideé varios esquemas. Por esa época, entre 1953 y 1962, en la que se me otorgó la Beca Externa de la Universidad de Buenos Aires, realicé una muy variada actividad. Por ejemplo el Doctorado en 1958. La tesis “Cáncer de Páncreas” (en base a 150 casos del Instituto de Clínica Quirúrgica). Otra experiencia, fue el curso de 2 años (1958-1960) para lograr el título de “Médico Legista”, y consecutivamente, en un año, el título de Médico Laboral.
Y, luego, llegó el momento de formarse en el extranjero
La designación que indujo una gran excitación en mi espíritu fue el lograr el otorgamiento de la Beca Externa para Graduados de la Universidad de Buenos Aires con destino el Mount Sinai Hospital en New York.
El tema muy acariciado en mis sueños de Investigador de “Fellow in Experimental Surgery”, estaba vinculado con la Fisiopatología Pancreática dirigido por el Profesor David Dreiling. En el período extendido entre graduación y otorgamiento de la beca señalada muchas y variadas ideas pasaron por mi mente con la finalidad de lograr un método de examen realmente válido y accesible de realizar en nuestro país. Estimo, sin falso orgullo, que en el período antes referido se consideró que la designación de mi laboratorio fuera el de “Exploración Funcional Gástrica y Pancreática”.
Por obra del destino, estimo bendecido, tuve la posibilidad de ejercer un rol importante, diría más trascendente, en las décadas de los 60 y 70, que podría, incluso ser prolongada, hasta los 90. Me refiero a que los dos “colosos” de la gastroenterología los profesores David Dreiling y Henry Sarles me dieron todo lo necesario y posible, para resolver enigmas fisiopatológicos gastroenterológicos con epicentro en gran medida en el páncreas.
¿Podría contarnos la historia?
Todo comenzó con el otorgamiento en 1962 de la Beca de la UBA para incorporarme al equipo de David Dreiling, en el Mount Sinai de New York. Ese destino fue mágico Reconozco que el profesor Marcelo Royer, maestro de Luis Colombato, me estimuló, con mucho afecto para que escogiera incluirme en el grupo del Mount Sinai.
Arribar ahí fue maravilloso por las posibilidades múltiples que se abrían. Me resultó impactante realizar el famoso “Test de Secretina” en conjunción con su creador. Rápidamente, me convertí en experto en este examen al punto de efectuarlo, nada menos bajo la mirada del renombrado Dr Crohn.
Simultáneamente comencé a experimentar en los caninos. Las primeras experiencias con el animal fueron haciendo trasplante de páncreas. El Dr Dreiling era mi ayudante. Demostramos claramente, que, el trasplante debía efectuarse en la pelvis. Desgraciadamente, como no se publicó, perdimos la oportunidad de haber sido los primeros en esta historia.
En las reuniones anátomo-clínicas yo traía siempre a colación el tema de la regeneración de la glándula pancreática. En el período de espera, sorprendí al doctor Dreiling con mis trabajos experimentales en el perro, con la exéresis de las glándulas adrenales y sobre todo con los de la hipofisectomía. Los dos tipos de exámenes requerían la colaboración importante del personal de apoyo. Dentro de este grupo predominaban los latinos; mexicanos, portorriqueños y cubanos. Demás está decir que, yo fui rápidamente el niño mimado de todos ellos.
Y los resultados de su trabajo fueron auspiciosos….
Dentro de esta línea fue extraordinario el éxito que me acompañó con la exéresis de la hipófisis. Como el equipo de neurocirujanos prácticamente se negó a trabajar con el animal, decidí realizarlo por mi cuenta. Aquí la colaboración del personal fue magnífica.
Estimo que el profesor Dreiling lo consideró como un fenómeno difícil de explicar. Pienso que el éxito quirúrgico obtenido, se debió a la experiencia previa en anatomía. La hipofisectomía que yo diseñe fue a través de la boca. En ese aspecto el equipo latino me brindó todos los requisitos para mantener abierto y resecar la base de la silla turca con un torno de dentista. Tuve un éxito total, lo que me permitió, cómo ocurrió con la adrenalectomía, valorar los cambios secretorios pancreáticos. Los dos tipos de evaluación, el de las adrenales y de la hipófisis, fueron publicadas incluso el de mi técnica quirúrgica de la ablación hipofisaria.
Respecto de la regeneración pancreática, el profesor Dreiling siempre estuvo muy de acuerdo con mis ideas. Que, para que la glándula regenere, es preciso que la secreción pancreática exocrina logre establecer contacto con la luz intestinal.
Esto ya lo había concebido luego de efectuar una revisión de la literatura (“Does the pancreatic regenerate”). El período de espera para abordar la incógnita regenerativa llegó a su término cuando se anunció la llegada al Mt Sinaí del equipo de microcirugía destinado al profesor Jacobson. Fue una gran noticia, siguiendo a la reunión conjunta Dreiling-Jacobson-Tiscornia, elaboramos todos los pasos indispensables para llevarlo a buen término.
¿Qué concluyeron?
Sintéticamente, la esencia del enfoque era obstruir el conducto excretor de la glándula por posibles variables. Al final de cada una de ellas, valoramos la respuesta secretora del órgano. Para la reconstrucción del conducto excretor la presencia del equipo de microcirugía fue fundamental. La reconstrucción del conducto excretor permitió recuperar la capacidad secretora del páncreas, recolectando en la luz intestinal el jugo pancreático incluso, en algunos casos, a cifras por encima de los valores controles.
Los resultados precedentes produjeron gran excitación en la Academia de Cirugía de Nueva York, que nos invitó a su presentación. Este acto fue trascendente, como yo no tenía Jacket, el profesor Dreiling me dio el suyo. La discusión de los resultados fue realmente apasionante. Lo maravilloso de todo lo generado, llegó a su nivel máximo, cuando pidió la palabra el doctor Thomas, el creador de la cánula.
¿Qué rol cumple la investigación?
Sin ninguna duda, que aquellos individuos, profesionales o no, de todas las especialidades que de alguna manera participan, incluso de simple observación, sufren un impacto notable. Eso, uno lo constata en los personajes más humildes. Sobre todo, cuando el esfuerzo investigativo logra una respuesta positiva.
Esto lo aprecié, para dar un ejemplo, en el Hospital de Clínicas, en el laboratorio de Exploración Gástrica y Pancreática. En la simple tarea de lograr ubicar correctamente la Sonda de doble luz de Dreiling, uno siempre aprecia los signos de satisfacción y de desafío para ejecutarlo de manera más precisa en los subsecuentes casos. También uno lo percibe cuando el investigador se encuentra con algún obstáculo perturbador, y el personaje más humilde y menos esperado, sugiere una solución inteligente.
Me da placer recordar una anécdota vivida en el Mount Sinai Hospital. Se desarrolló cuando el famoso endoscopista J. Way estaba tratando de cateterizar el conducto de Wirsung para recoger jugo pancreático puro. Durante varios intentos no logró superar el obstáculo generado por el espasmo del esfínter. El ejecutante estaba rodeado de alumnos de la Escuela de Medicina.
Cómo conocía al Dr J. Way, decidí darle una solución, le dije: “Querido Jerry instilá unas gotas de lidocaína en el esfínter, esperá dos minutos y tendrás la solución”. Tal cual sugerí, se cumplió y al producirse el éxito de la canulación, J Way estalló en un grito de salutación y de felicitación. Lo interesante del caso es que el grupo de alumnos me rodeó solicitando de donde yo tenía el conocimiento expresado.
Todos se sorprendieron que provenía de un Hospital alejado en Buenos Aires. Ese éxito terapéutico, vale remarcar, formaba parte de mis conocimientos anátomo-fisiológicos y del impulso de investigar y ensayar. Esta misma anécdota ocurrió también en el Long Island Hospital. Esto en presencia del Jefe de Gastroenterología Simmy Bank rodeado de todos los Fellows del Servicio. De esta reunión surgió su publicación para utilizar este simple procedimiento cuando uno intenta la endoscopia retrógrada del conducto de Wirsung.
De lo precedente quiero remarcar que investigar es la actividad que incrementa, sin duda alguna, la sensibilidad del espíritu. Debe fomentarse, estar siempre presente.
Relacionando con todo esto, lo suelo remarcar, está la vinculación con el “Dictum” de Claude Bernard. Él consideraba que el verdadero médico es aquel que, ante el enfermo, trata de dilucidar la fisiopatología del proceso que lo afecta. Si uno se aproxima a la médula del trastorno seguramente tiene chances potenciadas de tener éxito. Para lograr eso es preciso investigar. El animal es un elemento esencial. Yo tuve la ocasión, la posibilidad de efectuarlo en la rata, el perro y la comadreja.
En el primero, diseñe una fístula bilio-pancreática que permite estudiar la secreción bilio-pancreática. En el perro he perfeccionado la cánula de Thomas y he modificado la vinculación gastroduodenal lo que faculta realizar test alimentarios manteniendo el catéter de recolección en el conducto de Wirsung
Esta simple pero práctica modificación dio lugar a ser citado y promovido por la escuela japonesa. Lo interesante es leer las declaraciones de Manfred Singer en “Pancreatology” en “Look for the Right Mentor”. Él fue mi alumno en el laboratorio de Henry Sarles y en su evolución expresa conceptos interesantes, como son sin duda, los referentes al estudio de los reflejos pancreáticos, respecto de los cuáles he tenido siempre predilección.
Pero no siempre su trabajo de investigación e ideas son bienvenidas…
No es de extrañar que, a veces surjan negativistas. Yo he tenido esa experiencia en el período de Jefatura en Gastroenterología en el Hospital de Clínicas. Había un sujeto que criticaba mis experiencias efectuadas en ratas.
Respeto mucho a este animal, sobre todo con la imposibilidad de trabajar con los caninos. Gracias a mi bioterio he podido realizar muchísimos tipos de experiencia.
Estoy muy agradecido porque mi designación de “pancreón” para la unidad anatomo-funcional del páncreas ha sido captada mundialmente.
Usted, junto al Dr. Colombato creó el Club del Páncreas de la República Argentina y participó de la primera reunión del International Association of Pancreatology.
Esta pregunta es interesante, su respuesta me facilita lo que yo relato en “A tribute to the Memory of Daniel Dreiling”. En efecto, en este homenaje a un ser excepcional, yo destaco el sincero y noble interés que él tenía y demostraba para unir, en una gran familia, a todos los científicos presentes en los diversos ángulos del planeta.
Esta forma surgió un día a la luz mientras caminaba por las calles de Nueva York junto con los profesores Orlando Bordale y Pavrís M. Pour, por supuesto, con pequeños descansos para compartir un café.
En uno de ellos el doctor Dreiling confesó, conmovido, que la creación del “International Association of Pancreatology” representaba el milagro que concretaba todos los ángulos de sus sueños. Ahí, informalmente, compartimos lo hermoso que sería crear una organización similar en Buenos Aires. Se barajaron muchos nombres prestigiosos, que podrían, merced a ello, amalgamar gastroenterólogos en una suerte de club.
Ya en Buenos Aires, en circunstancias, que no recuerdo con precisión, tuve conversaciones de este tema con Luis Colombato, un ser con el cual era muy fácil y agradable divagar sobre distintos enfoques de organización.
Estimo que la creación del “Club del páncreas” permitió presentar muchos trabajos intervinientes especialmente los de investigación
En toda su vida profesional, el compromiso y la pasión son ingredientes esenciales…
Es que cuando uno hace algo seriamente tiene repercusión. Al comienzo de ir desgranando conceptos, réferi, que tuve el privilegio, el honor, de tener una vinculación seria y profunda con dos “colosos” increíbles extraordinarios. Es lo que me ocurrió cuando el profesor Henry Sarles me invitó a trabajar con su equipo en el “Inserm”.
La idea central de Sarles es que organizará el sistema de estudios caninos, como lo venía realizando en el Mount Sinaí Hospital. La Argentina facilitó este propósito. Su objetivo clave, dilucidar el mecanismo fisiopatogénico de la pancreatitis crónica alcohólica. Esta afección muy común en la región de Marsella. El Dr Sarles, estimo también su padre, habían elaborado un posible mecanismo fisiopatológico centrado en la formación de “tapones” (“bouchon proteique”). Una vez instalado en Marsella, el primer problema fue lograr un “chenil” perfecto. Eso se logró rápidamente con la colaboración de Madame Devaux.
El que se logró, fue extraordinario, tenía todas las virtudes. Aparte de ello una serie notable de colaboradores todos con títulos importantes de Italia, Suiza, Polonia, Brasil, etcétera Mi colaborador más próximo fue Lucio Gullo, luego famoso en Bolonia. Comenzamos estudiando los efectos del etanol intravenoso. Por supuesto en caninos con cánula de Thomas en estómago para derivar al exterior la secreción ácida gástrica y la principal en duodeno, enfrentando el duodeno-páncreas para poder cateterizar o cateterizar el conducto de Wirsung. Manteniendo una infusión continua de secretina se inyectaba el etanol una vez obtenido el “platau”. En nuestro espíritu latía el deseo que el etanol intravenoso diera lugar a una respuesta pancreática excitatoria. El resultado obtenido, por el contrario, fue el inhibitorio. Esto se repitió en varios animales. Por supuesto todo ello incitó a indagar cuál era el mecanismo íntimo del observado.
En el espíritu coincidían el desaliento y la excitación inquisidora. Por supuesto pensé en la entrada en juego de “un factor bloqueante”. Lo interesante también, que tuvimos el inteligente supuesto de un probable cambio de un mecanismo inhibitorio a uno excitatorio, si uno transforma el etilismo agudo en crónico.
Esta idea dio lugar a un cambio en el ambiente de la Institución. Era extraordinario tener 10 animales, cada uno provisto de sus cánulas en el estómago y duodeno, su habitación particular el box con todas las comodidades, es decir un ambiente cerrado y otro abierto, control de temperatura, del agua, etcétera, Además el entrenamiento del animal para que se mantuviera quieto en el cuadro de Pavlov. Colateralmente las reuniones semanales de discusión, con la participación de los bioquímicos. En síntesis, un ambiente científicamente excitante. Fue interesante vivir el período de administración crónica del etanol. Cada mañana, con el animal en decúbito lateral la infusión, a través de la cánula gástrica, de una solución de etanol al 50%. Además, el paseo de cada uno de ellos en el parque adyacente dando lugar a una íntima interrelación del investigador con el animal asegurando así la ejecución perfecta del test de examen. Fue muy interesante el vivir el cambio de respuesta con el transcurso del tiempo. Cómo, lentamente, iba disminuyendo la respuesta inhibitoria y su transformación en excitatoria. El momento culminante, y excitante fue cuando el catéter recogiendo la secreción pancreática reveló la presencia del “bouchon” proteique.
Ello constituyó, realmente un momento exultante certificando una predicción del profesor Sarles. Toda una serie de exámenes colaterales permitieron revelar que el etanol crónico incidiendo en las fibras finas de Pavlov lograba suprimir el componente negativo de la inervación pancreática. Es indudable que la larga serie de test efectuada respecto del etilismo agudo y crónico y otros temas colaterales significó una gran conmoción intelectual para una amplia variedad de profesionales.
El 16 de noviembre cumplió 93 años. Usted sigue trabajando en la UBA a nivel docente y como profesional de la salud ¿Qué lo motiva?
No sé el motivo y los mecanismos en juego. Confieso tener las mismas ganas de siempre para ejercer la medicina formal y más aún la investigativa. Estimo que la creación del Programa de Estudios Pancreáticos fue realmente inteligente, sobre todo el de evitar la declinación de las ganas de resolver situaciones fisiopatológicas en las que uno percibe la posibilidad de ensayar nuevos caminos para solucionarlos.