¿Cuál ha sido el impacto de la pandemia en las ciudades? Las zonas urbanas constituyen la zona cero registrando un 90 % de los casos comunicados. Las ciudades están sufriendo las peores consecuencias de la crisis, en particular las zonas más pobres, donde la pandemia ha puesto de manifiesto desigualdades profundamente arraigadas.
Para reflexionar sobre el estado de nuestros hábitats, además del poder y la responsabilidad que tenemos en pos de moldear el futuro de las ciudades post pandemia, dialogamos con el arquitecto y doctor en Urbanismo, Guilermo Tella. También profesor titular en grado y posgrado, y director de equipos de investigación en el Instituto Superior de Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires, quien adjudica un rol fundamental al protagonismo que deben tener la calle y la participación social.
Tella inicia el diálogo planteando la primera encrucijada: “con una ciudad en pandemia, en confinamiento obligatorio, emerge como principal proclama sanitaria: la calle puede esperar. En esa lógica, el espacio público se vacía de gente y de significado, pierde ritmo y vitalidad, se extiende y se despoja, redobla conflictos y desigualdades. ¿Por qué? ¿Acaso la calle puede esperar?”.
Origen, crecimiento y desarrollo
Tella nos cuenta que “Las ciudades tienen orígenes diferentes pero crecimientos similares. Cuentan con un núcleo histórico-institucional, con infraestructura ferroviaria a la que se le superponen, tiempo después, las rutas del transporte vehicular. Crecen al ritmo de las subdivisiones de las manzanas fundacionales, de las quintas aledañas y de las chacras más próximas, que fueron valorizando tierras rurales y urbanas con relativa autonomía de la dotación de infraestructuras”.
“Las ciudades se han desarrollado a partir del carácter abierto de su trama, donde la calle, la esquina o la plaza se constituyeron en instrumentos cívicos de cohesión social, de fortalecimiento de relaciones de vecindad. Y, fundamentalmente, las ciudades crecieron abrazadas a su espacio público, a la calle como lugar de encuentro, de producción y de reproducción de prácticas sociales. La calle entonces, entendida como espacio en el que la sociedad se representa, consagra identidad y cualidad, articula lo público y lo privado”, asegura Tella.
Las ciudades pandémicas
La aparición del Covid-19 cambió por completo nuestra vida cotidiana y, por supuesto, la dinámica social. Tella plantea que “el escenario sanitario, económico y político por el que transitamos, lejos de plantear una salida estratégica del túnel pandémico con crecimiento y equidad, descompone y desarticula a la ciudad preexistente, la vacía de valores y de contenidos”.
¿Qué está pasando entonces? Tella asume que “hoy la calle aparece resignificada como territorio de peligro y de exclusión más que de contención y de co-habitación. El cambio profundo que devino tras abandonar un sistema abierto e inclusivo puso en jaque al papel de la calle y alentó crecientes procesos de pugna, miedo y expulsión”.
“Así fue que primero se le atribuyó al virus su llegada en avión, traído por clases medias que regresaban de sus vacaciones en Europa y lo esparcían por el espacio público hasta impactar más fuerte en los sectores populares que habitan las periferias. Avanzado el confinamiento y flexibilizado el lockdown (aislamiento), tras permitirse el desarrollo de la actividad física regulada, se instaló la polémica contra los runners que salían a correr por plazas y parques de las ciudades. Parecía que al virus le sedujeran los espacios verdes”, continúa.
Fuerzas en pugna
Tella advierte que “Ante lo de se dio en llamar ’el enamoramiento de la cuarentena’, se acrecentaron protestas de comerciantes en calles de todo el país en reclamo por reaperturas protocolizadas para evitar su inminente quiebra. La respuesta a mano fue: ‘la calle puede esperar’. La disputa luego se centró en las escuelas -espacios cívicos por excelencia- cuando en algunos distritos se retornó al dictado de clases presenciales mediante burbujas. Cual motín de guerra, las aulas se abrían y se cerraban al son de demoras, reclamos, titubeos y pulsiones”.
“Agravando el cuadro, se desató un masivo proceso de toma de tierras en bordes metropolitanos que fueron reprimidos con operativos policiales en violentos enfrentamientos para lograr el desalojo. Con el avance de los cuerpos de Infantería por las calles se iban derribando e incendiando las dispersas casillas montadas. Frente a su gravedad y recurrencia, diferentes organizaciones sociales y de derechos humanos reclamaron una pacífica resolución de estos conflictos y las garantías constitucionales de las numerosas familias involucradas”, dice Tella.
Los nuevos pobres
Tella describe que “Con la exacerbación de desigualdades, el espacio público sumó nuevos pobres a su estructura social: los pobres-covid, o sea sectores medios de la población que ahora recurren en condiciones de indigencia a comedores y merenderos. Aunado a ello, numerosos manifestantes tomaron las calles en distintas ciudades del país en protesta contra la cuarentena y el toque de queda como principales medidas impuestas al cuidado sanitario. A quienes se atrevieron a recuperar la calle se los llamó anticuarentena”.
¿Cómo se manejó la crisis desatada? Tella cuenta que “pareciera vociferarse que la calle puede esperar pues donde, tras una aceptación colectiva inicial, su indefinida extensión llevó a cuestionar la legitimidad del confinamiento ante lo que se percibió como derecho de libre circulación cercenado. La pandemia ha puesto de relieve las limitaciones de nuestra infraestructura. En la calle, como territorio de miedo y descontrol, emerge la figura de los policías del espacio destinados a custodiar el stay home (quedarse en casa) como confinamiento colectivo obligatorio y la aplicación de protocolos para el desarrollo de cada una de las actividades”.
“Asimismo, como respuesta sanitaria se procedió también a la militarización de los barrios populares. Toda epidemia tiene en las ciudades una incidencia diversa: impacta más fuertemente en los grupos vulnerables, aquellos que residen en áreas sin servicios, con precariedad de las viviendas, con altos niveles de hacinamiento, en condiciones de extrema desigualdad, denotando injusticia social y espacial. La calle entonces debiera constituirse en la herramienta principal para garantizar mejores condiciones para la inclusión”, sostiene Tella.
Ser protagonistas
Guillermo Tella culmina reflexionando que “La calle no debe esperar, sino ser protagonista central en tiempos de crisis y emergencias. De lo contrario, desarticula su contrato fundacional representado en su trama urbana. Herida por exclusiones, aquella calle que hasta no hace mucho tiempo funcionaba como articuladora social, como integradora de barrios, humores y vivencias, parece ser hoy una plataforma de violencia, desolación y temor. Tal desarticulación altera sustancialmente la vida urbana, demuele el sentido profundo del habitat y desactiva los ritmos barriales que los vecinos fueron marcando a una velocidad asociada al compás del loteo parcelario”.