Durante la última década, el Grupo de Estudios Críticos sobre Ideología y Democracia (GECID) del Instituto de Investigaciones “Gino Germani” de la UBA viene estudiando las nuevas modalidades de autoritarismo social. En este marco trabajaron, junto a investigadores de la UNSAM, sobre los discursos de odio en Argentina.
Para conocer más acerca de esta problemática, e indagar en torno a la crisis de las democracias, el debilitamiento que ciertos valores y consensos democráticos experimentan en algunos grupos de la sociedad civil y analizar por qué los millennials son unas de las generaciones más predispuestas a propagar discursos de odio, dialogamos con Ezequiel Ipar, profesor del área de Teoría Sociológica de la Facultad de Ciencias Sociales y director del GECID.
El discurso que predominaba en el regreso de la democracia en nuestro país estaba vinculado a la vida y la paz ¿Qué sucede hoy en día?
Es interesante evocar ese momento porque hoy, evidentemente, estamos viviendo un tiempo diferente y, tal vez, inverso. Vivimos en una fuerza global en la cual hay un trastocamiento del concepto de salvar la vida a través de instituciones que garanticen la paz.
En muchos estados democráticos contemporáneos hay corrientes político ideológicas que parecen decir que el único modo de defender la vida es a través de la guerra. En ese trastocamiento, aparece un factor que marca, de alguna forma, nuestra época: El esfuerzo por desarmar los consensos democráticos que, a nivel global, vienen de las grandes tragedias del siglo XX como, por ejemplo, el nazismo, las dictaduras militares.
Hoy vemos una evocación peligrosa de movimientos políticos que estaban presentes antes de que las sociedades modernas hubieran encontrado cierto arreglo institucional para combinar una vida buena con instituciones que garanticen la paz.
Lo vemos en Estados Unidos con el resurgimiento del Ku Kux Klan, en Francia con la disolución de los consensos democráticos sobre el conflicto con Argelia, en Brasil con toda una evocación exultante de la dictadura. Se trata siempre de una derecha radical que busca trivializar y desplazar esas transiciones en las cuales se legitimaron los derechos humanos como única forma verdadera y justa de preservar la vida.
¿Qué incidencia tuvieron la pandemia de Covid-19, el aislamiento social y la crisis económica en el cuadro que usted describe?
Sin dudas la pandemia contribuyó a este clima de intolerancia y fragilización de los consensos democráticos. Todos los padecimientos, las inseguridades, la angustia a la muerte, la soledad que apareció por el mismo mecanismo que se encontró para preservarnos del virus, y la consiguiente pérdida del barrio, de la sociabilidad, encendieron la hoguera de estos odios.
Las crisis económicas, las guerras comerciales, la globalización y la aceleración de la precarización del mercado de trabajo a nivel global están incitando nuevas formas de odio social y generan un contexto en el que se vuelve muy difícil imaginar un futuro compartido.
Hay algo del diseño del capitalismo contemporáneo que ahora está haciendo síntoma en estas políticas del odio. Existe hoy una reacción a la globalización que, en vez de ir a las causas del malestar, que se encuentran en la desigualdad y la precarización del mercado de trabajo, transforman a ese malestar en odio y agresión a diferentes grupos vulnerables, aquellos que están en situación de extrema fragilidad en esta crisis que dejó la pandemia, como pueden ser los migrantes o los pobres.
En una investigación reciente de la cual usted participó se observó una diferencia, en cuanto a la aprobación y desaprobación, de los discursos de odio entre los millennials (25 a 40 años) y los centennials (15 a 24 años) ¿Qué razones encontraron para explicar este fenómeno?
Efectivamente, encontramos que los millennials son unas de las generaciones más predispuestas a propagar discursos de odio y, en este cuadro, inciden dos factores: por un lado las fricciones y la barrera en el acceso al mercado de trabajo, lo que provoca una sensación de extenuación, de no tener futuro.
Y, en segundo lugar, su socialización en determinadas redes sociales como Facebook y Twitter fue hecha en un modo muy agresivo, sádico, pseudo irónico, adquiriendo hábitos de intervención en el espacio público basados en el odio, los prejuicios y la agresión, que aparecen como la lengua naturalizada de esas redes. Este factor está incidiendo en las formas del odio contemporáneo en esta franja etárea.
Hoy los discursos de odio también están vinculados a aspectos físicos y sociales ¿Cómo evalúa en general este escenario?
Hay una proliferación de prejuicios que exceden al racismo y la xenofobia. Se dirigen de un modo cruel a otros aspectos de la identidad individual o social de las personas y, en este contexto, las redes sociales son, también, un medio de aparición de esa violencia.
En cuanto al aspecto físico hay un ideal del yo que está siendo establecido como una norma respecto a cómo deberían ser los cuerpos y, a partir de ahí, se estigmatiza a quienes no tienen esa imagen ideal.
En este caso, no solamente hay que seguir el modo en el cual se impone este ideal del yo sino, también, al modo en el cual se lo defiende frente a quienes quieren cuestionarlo, proponer alternativas, mostrando otras corporalidades como alternativas.
Esa defensa del ideal se hace a través de una agresión muy intensa, lo cual demuestra una fuerte intolerancia a que el otro siga otros caminos, a la libertad de experimentación, a la reflexión crítica, lo que denota una rigidez sumamente defensiva.
Finalmente, ¿Cuál es el rol de la escuela y de las familias en la sociedad actual en cuanto a los discursos de odio?
Tal vez no alcance lo que se pueda hacer en la escuela o en las familias, sobre todo si consideramos la fuerza y la penetración que tienen hoy los mecanismos que difunden los discursos de odio, esta presencia 24×7 de las plataformas digitales, que luchan por el monopolio de la atención.
Tampoco sabemos muy bien qué están haciendo las escuelas y las familias para enfrentar estos desafíos. Creemos que están desorientadas, sobrepasadas y doblegadas, por los mecanismos que hacen circular a estos discursos de odio constantemente.
Pero, también, podemos pensar este momento como un quiebre, una crisis, que demandó tomar conciencia en relación a lo que se podría regular en cuanto al acceso de los niños y adolescentes a las plataformas digitales.
Hay mucho para proponer, para fortalecer, no en el sentido de la prohibición, que sería el peor recurso, sino en el sentido de tratar de acompañarlos en el aprendizaje de cómo utilizar esas redes sociales. Y en el caso de la escuela sería necesario pensarla como una instancia de reflexión.
Sería interesante tomarse un tiempo para preguntarse qué hacer acerca de este nuevo mundo de la comunicación a través de plataformas. Hay un papel de reinvención de la educación que tiene que volver a ubicarse como un espacio de reconstrucción de la sociabilidad y los usos democráticos del espacio público. Ese es el gran desafío a futuro.