El 22 de febrero de 1904 comenzó la permanencia ininterrumpida de la Argentina en la Antártida, tras la inauguración del Observatorio Meteorológico en las Islas Orcadas, por lo que también comenzó la actividad científica de nuestro país allá. Argentina es el país con mayor permanencia en el continente blanco, con 118 años.
La Universidad de Buenos Aires ha sido, y sigue siendo parte de esa actividad con gran cantidad y variedad de equipos de investigadoras e investigadores. Como es el caso del grupo de biotecnología de la Facultad de Farmacia y Bioquímica, que usan microorganismos nativos de la Antártica para limpiar la contaminación que dejan combustibles y plásticos.
También el equipo del Instituto de Astronomía y Física del Espacio, que estudia desde allí, lo que se conoce como meteorología del espacio, que afecta a los satélites y las telecomunicaciones. Conversamos con estos investigadores e investigadoras sobre cómo es trabajar en el gran continente blanco.
Investigar bajo el crudo frío polar
“Yo arranqué con investigación científica en Antártida en el año 2000. Fui unas 15 campañas en esos más de 20 años. No voy todos los años porque se hace difícil de sostener a nivel familiar”, contó el bioquímico Lucas Ruberto, investigador del Instituto NanoBioTec UBA/Conicet, y del Instituto Antártico Argentino, también docente de biotecnología en la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA.
“Nuestro grupo de microbiología viene desarrollando actividades en la base Carlini desde los años 90”, relató el científico. “El pionero fue Walter Mac Cormack, que arrancó con los trabajos de microbiología, y nosotros continuamos. Hoy Walter es director del Instituto Antártico Argentino, aparte de seguir siendo docente e investigador de la UBA”.
“Este año estuvimos allá desde el 15 de diciembre; previa cuarentena de 15 días en Campo de Mayo, para evitar llevar el COVID”, dijo Ruberto. “La campaña de verano se extiende desde principios de diciembre hasta fines de febrero o principios de marzo”.
“Hay gente de nuestro equipo que va los tres meses completos y otros, los que fuimos ya muchas veces, vamos alternando y hacemos campañas más cortas, de un mes y medio más o menos”, agregó el experto. “Nosotros contamos con cinco plazas en una base en la que suelen haber hasta 40 científicos. Por eso intentamos enviar cinco personas en la primera mitad de la campaña, y cinco en la siguiente, tratando de abarcar una amplia variedad de temas de investigación”.
Microbios que comen gasoil
“Nuestro grupo se dedica a estudiar microbiología”, contó Lucas Ruberto. “No microbiología clínica, asociada a enfermedades, sino que lo que estudiamos es microbiología ambiental. Estudiamos las comunidades microbianas de la Antártida, cómo interaccionan entre sí. Ese es el abordaje ecológico. Por otro lado, tenemos el enfoque biotecnológico que lo que busca es ver cómo aprovechar el potencial de esos microorganismos, si son capaces de degradar algunos compuestos”.
“Entonces tenemos, algunas líneas de investigación muy importantes que se dedican a tratar la contaminación. Lo que hacemos es usar microorganismos autóctonos para degradar hidrocarburos del petróleo, degradar plásticos, que son los contaminantes más presentes en la Antártida”.
El equipo de microbiología del instituto NanoBioTec realiza sus investigaciones en el marco de la base Carlini, una de las más grandes de Argentina, y la más importantes de las bases científicas. Una de sus tareas principales, es la de limpiar los suelos de la base contaminados con gasoil, un combustible muy presente en Antártida porque es utilizado como fuente de energía. Para ello se valen de microorganismos y plantas locales.
A principios de la década de 1990, el equipo de microbiología comenzó a trabajar en la búsqueda de microorganismos capaces de degradar hidrocarburos. Fue Mac Cormack quien durante su trabajo de tesis encontró con qué microorganismos trabajar.
Más tarde se unió Lucas Ruberto, que encontró la estrategia indicada, mediante experimentos a pequeña escala allá en Antártida, durante su tesis. Actualmente ya están aplicando esta estrategia de biorremediación de suelos, con microorganismos, cada año en base Carlini. A futuro buscan agregar la gran base Marambio, y más adelante, todas las bases argentinas.
“Prácticamente todas las bases antárticas usan gasoil para generar electricidad térmica”, explicó Ruberto. “La manipulación, el almacenamiento y el transporte, siempre generan pequeños derrames. Por esa razón, nuestra principal línea de investigación aplicada es la de tratar hidrocarburos del petróleo, en espacial del gasoil”.
“Nuestro trabajo consiste en tratar pequeñas cantidades de suelo, y estamos preparados para enfrentar derrames más grandes, como por ejemplo si estalla o revienta un tanque de combustible, se incendia una base, o si se accidenta un barco de transporte”, agregó Ruberto. “A la Antártida tenemos el compromiso de preservarla de la mejor manera posible”.
Estudiar la meteorología espacial desde el Polo Sur
Otro de los equipos de científicos de la UBA que trabajan en el gran continente blanco, es el liderado por Sergio Dasso, del Instituto de Astronomía y Física del Espacio (IAFE UBA-CONICET). Un equipo multidisciplinario que investiga tormentas magnéticas generadas por el sol, y que pueden llegar a inutilizar satélites.
Hace ya tres años instalaron un detector de rayos cósmicos en la Antártida, estos últimos son tan constantes en su llegada a la Tierra que les permiten predecir las tormentas solares, y estudiar el llamado clima del espacio. A la vez, ayuda a conocer cómo esto afecta a la atmósfera terrestre, allí es donde entra la otra parte del equipo, que es del Departamento de Ciencias de la Atmósfera y los Océanos de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.
“Generalmente vamos entre dos y cuatro personas del equipo de trabajo, a la Antártida”, contó Dasso. “En esta última campaña fueron Matías y Lucas. Partieron a fines de octubre y regresaron hacia fines de enero, pasaron las fiestas en la base lejos de sus familias. La ciencia y la experiencia antártica dan muchas gratificaciones, pero también requieren de ciertos sacrificios”.
“Igualmente, más allá del trabajo en la base durante la campaña misma, hay un trabajo muy intenso previo, durante el cual se preparan los equipos a transportar todo lo necesario para trabajar”, relató el científico. “Una frase típica que solemos decir es ‘En la Antártida no se puede ir a comprar un tornillo a la ferretería de a la vuelta’. Si falta algún componente necesario para realizar el trabajo allá, es muy difícil conseguirlo y puede retrasar los tiempos planificados. Porque se debe esperar al próximo vuelo Hércules que traiga desde el continente lo que faltó”.
“Trabajar en la Antártida es una experiencia hermosa y desafiante”, opinó Lucas Rubinstein, uno de los que viajó este año, ingeniero electrónico, que investiga tanto en el IAFE como en el Laboratorio de Acústica y Electroacústica de la Facultad de Ingeniería de la UBA.
“El paisaje es impresionante y siempre cambiante”, continuó. “Nuestras tareas en la Antártida son variadas, dependiendo de cada campaña. Principalmente, es la instalación y puesta en marcha de los sensores y equipos desarrollados en el IAFE para los experimentos de Meteorología del Espacio”.
“También, realizar experimentos, desarrollos de equipos y ponerlos en marcha en un clima tan extremo pone a prueba todos los conocimientos previos, y brinda una experiencia tecnológica y científica valiosísima, que es prácticamente imposible de replicar en nuestro continente”, agregó el ingeniero.
Otro de los que visitaron la Antártida este año fue el ingeniero informático Matías Hernán Pereira, del IAFE, que contó: “Es fundamental mantener actividades por fuera de lo laboral, ya que son varios meses donde uno se encuentra las 24 horas en el lugar de trabajo, en condiciones que muchas veces no son óptimas”.
“Lo más interesante es interactuar con el resto de las personas que están en la base, charlar y
conocer sobre los trabajos de cada uno en ese continente tan particular”, compartió Pereira.
“En base Marambio se juega mucho al ping pong, juegos de mesa, se puede ir al gimnasio y si el clima lo permite, caminar por los alrededores de la base observando los paisajes únicos”.
“Si uno tiene suerte”, agregó Lucas Rubinstein, “también puede llegar a tocarle un asado o una comida especial que destaque sobre el menú limitado que existe en la base y se convierte en una gran oportunidad para compartir con los compañeros”.
“El avance de las telecomunicaciones cambió mucho la dinámica de las campañas antárticas, ahora es posible comunicarse con las familias y amigos a través del teléfono celular y hasta videollamadas, en las bases que tienen ancho de banda suficiente”, contó Matías Pereira.
Estos grupos de investigadores e investigadoras son apenas dos de las decenas que anualmente acuden desde la UBA a estudiar al enigmático continente blanco. Lo que se aprende allí no sólo sirve para conocer mejor y a fondo a la flora, fauna y geología antártica, sino que puede aplicarse en el resto del planeta. Pero principalmente ayuda a mantener virgen el único continente de la Tierra que todas las naciones han acordado proteger.