¿Cómo era la vida cotidiana, en el año de la fundación de la UBA?

Cuadro de 1819 de Emeric Essex Vidal, de la que hoy es Plaza de Mayo.

Un 12 de agosto de 1821 se dio por inaugurada la Universidad de Buenos Aires. Pero, las fechas son frías, y no dicen mucho. Esa nueva universidad se levantaría en una sociedad y una ciudad muy diferente a la que podemos experimentar 200 años después. Apenas si contaba con unos 45.000 habitantes, y tan sólo se extendía unas 10 cuadras en derredor de la actual Plaza de Mayo. Más allá, comenzaban a aparecer las quintas y chacras.

La situación política y social también era muy diferente. Pensemos, que sólo habían pasado 11 años desde la Revolución de Mayo, la sociedad se estaba ajustando al cambio, y necesitó de uno de los períodos más turbulentos de su historia para terminar de despojarse del pasado colonial: la llamada Anarquía del año 20.

En medio de ese torbellino político, en que la ciudad cambiaría de gobernador hasta cuatro veces en un mismo día, una persona abogaba por la creación de una universidad para la ciudad de Buenos Aires. Antonio Sáenz, sacerdote y abogado, venía insistiendo, desde 1816, con que para poder salir adelante como sociedad, hacía falta una universidad local.

Hagamos un paseo turístico y social por la Buenos Aires de hace 200 años, para conocer aquella ciudad en la que se formó la UBA, cómo eran sus calles y edificios.

Tras la Anarquía del año 20

Durante el año anterior a la fundación de la UBA, la ciudad y el país entero dieron un vuelco muy grande. A comienzo de 1820 el gobierno central de las Provincias Unidas del Río de la Plata se derrumbó, generando una guerra civil y anarquía generalizada que duraría todo el año.

“En Buenos Aires esto iba a generar una crisis política sin precedentes”, nos contó Noemí Goldman, historiadora y profesora de la UBA. “En un año se sucedieron más de 10 gobernadores, hubo revueltas y asonadas, y enfrentamientos armados entre centralistas y confederacionistas. La inédita crisis llegó a su fin cuando un nuevo grupo de dirigentes heterogéneo se unió para conseguir un mismo objetivo: restablecer el orden sobre nuevas bases. Estas fueron un nuevo principio de autoridad, la exportación ganadera y la expansión de la frontera”.

“La nueva administración provincial inició en Buenos Aires un proceso de importantes reformas con el objetivo de modernizar la estructura político-administrativa heredada de la colonia y reordenar la ciudad y su espacio”, dijo Goldman, quién es directora Instituto Ravignani de Historia Argentina, de la UBA, que este año cumple 100 años investigando.

“Las reformas abarcaron los más variados planos de la sociedad: económico, social, político, cultural, religioso y urbanístico. Al mismo tiempo, el conjunto de estas reformas se fundaron en la promoción de nuevos valores que debían traducirse en la expansión de la prensa y en nuevas prácticas de sociabilidad y de educación pública. En el centro de estas reformas educativas y culturales estuvo la fundación de la UBA, un viejo anhelo surgido en tiempos coloniales, la cual se iba a convertir en la cabeza de todo el sistema educativo”, concluyó la historiadora.

Barro y carne por todos lados

Cuando hablamos de hacer un recorrido turístico por la Buenos Aires de hace 200 años, no necesitaríamos demasiado tiempo. Como se puede ver en el plano de Felipe Bertrés de 1822, a unas 10 cuadras para arriba, y para cada costado de la actual Plaza de Mayo, ya empezaban a ralear las casas, y se daba paso a las quintas y chacras.

Incluso, en una de las zonas más “alejadas”, lo que hoy es la Plaza San Martín, había una Plaza de Toros, uno de los últimos resabios coloniales y españoles. Aunque, a principios de 1822 las corridas de toros serían prohibidas, y el magnífico edificio, que había servido de campo de batalla durante las Invasiones Inglesas de 1806 y 1807, sería destruido.

Plano topográfico de Felipe Bertres de 1822. Nótese la calle “Universidad”.

Como se ve en el plano, Buenos Aires tenía una planta bella, bien delineada, y situada, muy moderna para la época. Pero pasando a la vista real en 3D se podría ver que era sucia, barrosa, y descuidada. Tan sólo algunas calles céntricas estaban empedradas, el resto era de tierra.

El abandono de las calles a veces las volvía intransitables. Como cuando llovía, ya que el continuo paso de las carretas dejaba pozos que se transformaban en lodazales, y que a veces derivaban en verdaderos pantanos que llegaban a ocupar una cuadra entera, según cuentan viajeros de la época como el famoso Concolorcorvo.

Esos inmensos pozos solian ser cubiertos con basura, e incluso los policías los “tapaban” con animales muertos. Había tal abundancia de caballos y vacas por esos tiempos, que allí donde morían, los dejaban. Por casi nada de dinero podían conseguir otro.

Lo mismo sucedía con la carne, era tal la cantidad de ganado vacuno, que los carros que llevaban la carne hacia los mercados de las plazas, perdían trozos por el camino, y nadie se preocupaba, ni por la pérdida, ni por levantarlos.

Para los tiempos de la fundación de la Universidad de Buenos Aires, la ciudad estaba viviendo un cambio importante, bajo la gobernación de Martín Rodríguez, y con Bernardino Rivadavia como ministro. Se empedraron varias calles más, si bien seguían sin barrerse, es que…  una simple lluvia llevaba todo hacia los arroyos que hoy corren entubados bajo las calles, y de allí al Río de la Plata, como cuentan crónicas de la época.

Los de arriba y los de abajo

La gente de la ciudad estaba dividida en dos grupos sociales bien definidos. El primero incluía a los patricios, la élite, los más pudientes; y también a la que sería la futura clase media. El segundo grupo estaba formado por los que dependían del anterior, integrado por la gente de bajos recursos, generalmente mestizos.

Y fuera de toda noción de clase estaban los esclavos, que si bien en 1813 se había decretado que todos los hijos de esclavos fuesen libres, para 1821 todavía existía una gran población, pese a que varios miles habían ido a pelear en las guerras de independencia con la promesa de libertad y tan sólo algunos cientos habían vuelto.

Los patricios eran la élite porteña, aquellos que habitaban en las casas más cercanas a la Plaza de Mayo, las pocas que tenían dos pisos. La mayoría de estas familias patricias descendían de los fundadores de la ciudad, que llegaron desde Paraguay con Juan de Garay en 1580.

Eran principalmente terratenientes, tenían propiedades tanto dentro como fuera de la ciudad. Pero también se dedicaban al comercio mayorista, es decir el que traían los barcos, y el que se despachaba hacia el interior.

En una casi estrecha relación estaba la que se podría llamar clase media incipiente. Se trataba de pequeños propietarios, como pulperos, dueños de cafés, fondas, tiendas minoristas, e incluso librerías. A estos se les sumaban los artesanos como panaderos, herreros, fabricantes de velas, y dueños de carros, que eran quienes transportaban todo a todos lados.

Son estos dos grupos los que formarían parte de la nueva Universidad, ya que eran los que perseguían formar a sus hijos como abogados y médicos, principalmente, pero también eran los que tenían la espalda para dedicarse a temas como las ciencias. La universidad les otorgaba el título necesario no sólo para ejercer, sino para poder formar parte de la clase dirigente, que en esta época buscaba diferenciarse de los caudillos militares.

Antes de la fundación de la Universidad de Buenos Aires, debían ir a Córdoba, Lima, Chuquisaca o España, pero la mayoría de esos lugares habían quedado aislados por la gesta revolucionaria iniciada en 1810, razón por la que Antonio Sáenz insistía tanto en contar con una universidad local.

Las clases bajas estaban integradas por gente que tenía pocas posibilidades de acceder al trabajo en la ciudad, que estaba casi por completo ocupado por esclavos y libertos. Menos chances todavía tenían de acceder a los estudios superiores.

La mayoría se dedicaba al reparto de mercancías. Casi todo el mundo podía tener un caballo, en Buenos Aires, eran tan abundantes que tan sólo había que alejarse un poco de la ciudad, para conseguir uno gratis. Así es que esta gente solía dedicarse a transportar carne, agua y leche.

Cuentan los viajeros de la época, que los lecheros solían ser jóvenes y niños, y que para ganar algo extra, adulteraban la leche agregándole agua. Sus madres eran las llamadas mantequeras que, llevaban la crema de leche en caballos equipados con dos grandes alforjas de cuero. Cuando llegaban a la ciudad, tras un largo trote desde zonas alejadas, ya se había formado la manteca.

Todavía existían los esclavos para la época de la fundación de la UBA. Si bien estaba prohibido seguir trayéndonos desde África contra su voluntad, y sus hijos obtenían la libertad,  solían seguir trabajando en tareas hogareñas, e incluso como vendedores, lo que le daba a sus dueños una ganancia extra.

La pulpería. Ilustración de la época de César Hipólito Bacle

La vida cultural de 1821

Buenos Aires era una ciudad rica culturalmente. No en vano la ciudad de Buenos Aires fue el epicentro del movimiento revolucionario que correría como reguero de pólvora por toda América, a partir de 1810.

Se trataba de una ciudad en la que la cultura era importante, que circulaba gracias a la rica vida social de la élite y de la incipiente clase media. Se leía mucho, tanto de forma privada, como en lecturas públicas durante las famosas tertulias. Estas últimas eran reuniones sociales en las que se discutía sobre todo, se tocaba música, se leía, se hablaba de política, y también se jugaba.

Esas lecturas estaban alimentadas por la gran cantidad de librerías que existían en la ciudad para 1821. Sin ir más lejos, cerca de donde se fundó la universidad, funcionaba la llamada “librería del Colegio”, que todavía existe hoy en día con el nombre de Librería de Ávila, en la calle Alsina al 500.

Toda esa zona donde comenzó la historia de la UBA, se conocía como la Manzana de las Luces. No en vano, ya que en pocas cuadras había varias librerías, estaba la Biblioteca Pública fundada por Mariano Moreno diez años antes, la imprenta, el correo y diversas academias. En una de esas esquinas también estaba el famoso café de Marcos, bastión intelectual de los revolucionarios de Mayo.

Los inicios de la UBA

Fue gracias a los esfuerzos de Antonio Sáenz, que finalmente la ciudad de Buenos Aires tuvo su Universidad. Desde 1816 venía insistiendo ante las diferentes autoridades en la necesidad de reparar los daños originados por las sucesivas crisis políticas, y aportar nuevas posibilidades a la  instrucción pública.

Durante los diez años anteriores a la fundación de la UBA, los gobiernos pos Revolución de Mayo fueron creando diferentes centros de instrucción media y superior, como la Escuela de matemáticas, la Escuela de dibujo, el Protomedicato, que funcionaba como academia de medicina, y la Academia de jurisprudencia, que sólo validaba títulos de abogado de otras universidades.

Sáenz unificó a todos estos centros en los que serían los departamentos de la nueva Universidad. Y un 12 de agosto de 1821 se dio por inaugurada, a toda pompa, con el frente de la Iglesia de San Ignacio iluminado, con varios conciertos musicales, e incluso la quema de un castillo de artificio.

El lugar elegido, el salón de la iglesia de San Ignacio en la Manzana de las Luces, funcionaba antes y lo hizo después, como una especie de aula magna. Allí cerca comenzarían las clases, también, en diversos edificios de la Manzana de las Luces, alrededor de la iglesia San Ignacio y de San Telmo.

Durante el primer año de funcionamiento se anotó poca gente a estudiar, apenas 4 a Medicina, 9 para ser abogados y unos 165 para los estudios técnicos de ciencias exactas, que eran en realidad continuación de las academias técnicas que antes habían pertenecido al Consulado. A esos se les sumarían unos 150 de estudios preparatorios.

Fueron sólo 178 estudiantes para los estudios superiores, pero en una ciudad de sólo 45.000 habitantes, que acababa de salir del período más anárquico de su historia. Hoy, en una ciudad con 2.980.151 de habitantes, los estudiantes de la UBA superan los 330.000. Pero la gran diferencia es que en la actualidad, la universidad no sólo suma 200 años de experiencia, y gran cantidad de carreras, sino que cualquier joven que quiera estudiar puede llegar a hacerlo, con educación libre, pública, gratuita y de calidad.

Para leer más: “Historia de la Universidad de Buenos Aires”, de Tulio Halperin Donghi, Eudeba; y “La pequeña aldea. Vida cotidiana en Buenos Aires 1800-1860”, de Raquel Prestigiacomo, Eudeba.

Óleo que representa la fundación de la UBA, de Antonio González Moreno, de 1948.

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