Decisiones éticas al final de la vida

“Me estoy muriendo en San Pedro, a los 80 años, donde siempre quise morir, con la mujer que amo, abrazado a mi familia. ¿Qué más puedo pedir? Me estoy muriendo en paz con la satisfacción del deber cumplido”

Este es un fragmento de la carta que el periodista César Mascetti escribió unas semanas antes de su fallecimiento y, sin desearlo, se suma a un cambio de paradigma al cual estamos asistiendo y que nos lleva a reflexionar sobre ¿Qué quiere una persona de su propia vida y su muerte?

Adrián Gindin, profesor de Bioética de la Facultad de Ciencias Médicas de la UBA, asegura que “Las decisiones que toman las personas a lo largo de su vida las hacen en base a su propia autonomía, lo cual los hace dignos. Por ende, la idea de cómo se acercan a los hechos que ocurren al final de sus vidas deberían, además de evitar el encarnizamiento terapeútico, preservar la dignidad de esa persona y de quienes lo rodean”.  

Estamos entrando en un plano donde no hay una fórmula perfecta, Gindin explica que sería deseable “poder anticiparse, en casos de enfermedades, cuyo desenlace no es inminente ni agudo. Es posible imaginar a una persona escribiendo lo que quiere para el final de su vida, una especie de testamento vital”. 

¿Y qué rol deberían cumplir las instituciones de salud? Para Gindin no hay dudas “en relación a aquello que éstas ofrecen como calidad de atención, frente a enfermedades limitantes o que afecten el bienestar de la persona, deberían invitarlos a reflexionar sobre qué desean hacer ante una serie de alternativas, evitando el sufrimiento fútil, y que la transición hacia la muerte ocurra de una forma más humanizada”.

“Los equipos médicos no pueden tomar decisiones por los demás pero sí ayudar a tomarlas, lejos de una visión paternalista y cerca de la empatía. Es un deber, igual al que se tiene de tratar a la persona y aliviar su dolor. Se trata de un acompañamiento que debe estar, también, en la formación académica de todos los profesionales de la salud”, reflexiona Gindin.

Migración de paradigmas

En muchos sentidos, asistimos a un cambio de época. La Ley de Género, el acceso a la interrupción voluntaria y legal del embarazo, el derecho de todos los estudiantes a recibir contenidos de educación sexual de manera integral en todas las escuelas del país desde el nivel inicial hasta la formación técnica no universitaria, son ejemplos de los avances que se han dado en los últimos años.

Gindin explica que “la irrupción de la tecnología en la segunda mitad del siglo XX generó un clima de época en el cual se pensaba que era posible salvar a todos de cualquier cosa. Fue un paradigma que estableció las pautas que previenen la aparición de enfermedades y permitió su atención precoz impidiendo que afecte la calidad de vida o terminen con ella”.

“Pero, también, generó esta idea de que la muerte es el enemigo a derrotar. Hoy aparece  un cambio paradigmático: Pensar cómo queremos que sean las muertes, lo que podemos denominar ortotanasia”, aclara Gindin.

La pandemia nos puso en crisis en muchas situaciones y este caso no es la excepción. Gindin sostiene que “mucha gente murió en soledad y, justamente, aquello que se debería evitar. Hay una necesidad humana de acompañar a quien se está muriendo”. 

“De ninguna manera esto significa caer en un abandono terapéutico, pero sí asumir los límites de la capacidad de los profesionales de salud. El siglo XXI invita a pensar cómo convertirse en mejores personas, en una sociedad más deconstruida y, en el ámbito de la salud, cómo constituirse en facilitadores de que los procesos vitales ocurran mejor, donde la muerte es parte”.

“Es posible imaginar a una persona escribiendo un testamento vital”, reflexiona el profesor Adrián Gindin

Un debate que se abre

Este cambio de paradigma abre la puerta, casi de forma inevitable, a una situación dilemática Gindin plantea una serie de preguntas “¿Qué pasa si la muerte ocurriera cuando la persona deseara? Si una persona es dueña de su vida y de su muerte ¿Por qué no puedo elegir el momento? No es posible detener quién quiera suicidarse si está convencido de su intención legítima pero ¿Qué pasa si el paciente pide ayuda para terminar con su vida en forma plácida y rodeado de sus afectos?”.

Gindin amplía la idea “Lo que está en discusión es provocar la muerte, como herramienta terapeútica, ante un dolor insoportable, es decir aplicar la eutanasia. Se debe respetar el proceso de decisión de los pacientes y si eso está discutido, legislado, no irá, entonces, contra la moral y la ética”.

En este sentido, el testamento vital cobra suma importancia. Gindin advierte “que es desconocida la situación que cada persona está dispuesta a tolerar en el final de su vida. Por ello, sería deseable que frente a un diagnóstico, esta persona elabore su testamento vital mucho antes de encontrarse en esta situación porque, una vez ahí, quizás no pueda expresar su deseo”.

La bioética en la Facultad de Ciencias Médicas

Gindin cuenta que “la Unidad Académica de Bioética de la Facultad de Ciencias Médicas de la UBA reflexiona sobre este tema con una mirada transdisciplinaria y holística de lo que significa un ser humano”. 

Pero, además, y en forma separada, la Facultad creó un Comité de Bioética para brindar asesoramiento en la práctica clínica, hospitalaria y de investigación de la Facultad. Finalmente, los días 20 y 21 de octubre, se realizará un simposio sobre decisiones al final de la vida “con el objetivo de abrir el debate, exponer la situación del problema con diferentes visiones como la legislativa, la educativa y la filosófica”, concluye Gindin.

Más información
https://www.fmed.uba.ar/departamentos_y_catedras/unidad-academica-de-bioetica/informacion-general

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