La historia del Centro comenzó con las ideas que trajo el arquitecto y arqueólogo Daniel Schávelzon de México, con apenas 33 años, tras especializarse y trabajar allá en arqueología urbana en los 10 años que estuvo exiliado durante la última dictadura militar argentina.
A su llegada a Buenos Aires, encontró el apoyo necesario en la FADU para iniciar un proyecto que, hasta el día de hoy, ha clasificado más de 400.000 piezas de la vida cotidiana de Buenos Aires, y que ha ayudado a comprender a la ciudad como un todo en el tiempo y en el espacio.
El Centro de Arqueología Urbana comenzó a funcionar en 1985 como Programa de Arqueología Urbana en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires, dentro del Instituto de Arte Americano Mario J. Buschiazzo. Para 1991 se le otorgó el reconocimiento de la UBA y el Conicet como Centro de Arqueología Urbana.
“La idea era y es aplicar las técnicas de la arqueología, su campo de conocimiento específico, para entender la ciudad”, explica Schávelzon, investigador y profesor de la UBA. “La ciudad como hecho social, puede ser entendida de muchas formas, desde lo social, lo económico, lo geográfico”.
“A nosotros nos interesa entender a la ciudad desde la arqueología”, continúa. “Porque la arqueología te dice cosas que en la documentación escrita no se consiguen. Trabaja con otro argumento, que es el de la cultura material; con lo que la sociedad descartó, desde productos, a edificios”.
“La arqueología plantea que esa cultura material, aunque haya sido descartada, no desaparece. El tema es encontrar la lógica, el lenguaje, para poder reinterpretar la sociedad que lo descartó”.
“La arqueología urbana”, aclara Schávelzon, “lo que busca es entender una ciudad determinada, no tanto a su sociedad, o a los grupos que generaron la cultura material, sino a la ciudad como hecho social”.
Es una especialidad que depende totalmente de ser interdisciplinaria. Sus tareas no sólo consisten en excavar un sitio dentro de la ciudad para encontrar algo del pasado, sino también en el estudio documental, la historia oral, la antropología, la arquitectura y la conservación patrimonial.
Como define el mismo Schávelzon en el Manual de Arqueología Urbana, se trata de un trabajo colectivo y a largo plazo. Es la suma de excavaciones, rescates, hallazgos casuales, observaciones, documentos, planos, etc.
Al unir toda esa información es cuando se puede conocer a fondo una ciudad. Se trata de un rompecabezas cuyas piezas van apareciendo en cada excavación, y el trabajo de los especialistas es formar la imagen e interpretarla.
Arqueología al rescate
La mayoría de las veces, el trabajo de un arqueólogo especializado en estudiar una ciudad es similar al de un ambulanciero, al que lo llaman de improvisto para ir a realizar una tarea, contra reloj, de la forma más profesional y eficiente posible.
“Uno no tiene injerencia en decidir qué se va a estudiar, qué se va a encontrar, o dónde. Es como el bombero, nos llaman, y vamos”, explica Schávelzon. “El último que hicimos es en el Convento de Santo Domingo. Te llama el prior del convento, por ejemplo, que están levantando una celda porque tienen humedad, y encontraron paredes viejas”.
“Cuando uno está en un rescate, hay que seguir el ritmo de las máquinas de construcción”, agrega el experto, “ya que por lo general son restos que aparecen cuando se va a hacer un edificio, una casa, o alguna remodelación. Así que no son las condiciones ideales de un yacimiento arqueológico histórico o prehistórico, en el que se tiene todo el tiempo del mundo y se puede ir paso a paso”.
“Se supone que, por ley, cualquier hallazgo que se haga, hay que informar”, continúa el arqueólogo. “Nosotros realizamos el trabajo, generalmente, apurados por los equipos de construcción, o demolición. Luego se trae el material, se estudia, se clasifica y todo se entrega a Patrimonio Arqueológico”.
Cada ciudad cuenta con su propio Patrimonio Arqueológico, en el caso de Ciudad de Buenos Aires fue creado por el mismo Schávelzon. Se trata de un ente del Estado que vela por la conservación y el almacenamiento de todo ese material e información.
“Nosotros tenemos entregadas como 400.000 piezas”, cuenta el experto. “Luego queda allí para que quien quiera investigar y analizar esas piezas, pueda hacerlo. Está digitalizado, incluso. Y algún día será de libre acceso en internet”.
Pero no sólo de rescates se nutre la arqueología urbana, puede también iniciarse con proyectos académicos, e incluso mediante contratos. El primero es cuando investigadores se interesan en un cierto tema como, por ejemplo, la cultura afroporteña, y dónde estuvo el primer mercado de esclavos de Buenos Aires.
“Ahí tenemos que ubicar el lugar mediante investigación en archivo, referencias de documentación y planos antiguos”, relata Schávelzon. “Una vez ubicado el lugar, viene la etapa de ver si es posible excavar allí. Si hay un edificio arriba, sin posibilidad de entrar a estratos inferiores desde ningún ángulo, allí se acaba el proyecto”.
“Una tercera manera es el contrato”, cuenta el arqueólogo. “Empresas, profesionales o instituciones, están interesados en conocer el pasado de una cierta propiedad. Un caso ejemplo es un italiano que compró una vieja casa en San Telmo para hacer un hotel. Una casona de esas con infinidad de ambientes, patios, vitreaux, maderas de calidad. Me interesa saber qué hubo, nos dijo, porque quiero que el hostel tenga su propia historia. En ese caso, el que lo solicita, a la vez, financia la investigación, y nosotros podemos seguir conociendo la historia de la ciudad”.
“Y ahí vemos lo que es importante para la arqueología urbana, que no suele ver los sitios dentro de la ciudad por separado. Lo que creemos es que Buenos Aires es un todo”, concluye Schávelzon. “Cruzar entre sí cada sitio de la ciudad es lo que nos permite estudiarla y conocerla”.