El Carnaval es una celebración de tradición grecolatina que fue conservada, tolerada y asimilada por la religión católica. La iglesia lo ubicó dentro de su calendario para que fuesen los días anteriores al inicio de la Cuaresma, un período de 40 días durante el que se debe hacer ayuno y penitencia, en preparación para la Semana Santa.
A lo largo de la historia, el Carnaval ha ido cambiando, adaptándose a diferentes culturas, a diferentes épocas. Si bien la participación en el mismo ha sido casi siempre de la sociedad en su conjunto, fueron los sectores populares los que hicieron suya la expresión artística y cultural durante esos días de fiesta.
“Ninguna institución que se mantiene en el tiempo, puede estar basada sobre el error o la ignorancia, decía uno de los fundadores de la sociología académica. Por eso me pareció fascinante indagar en esta institución festiva que llega a América como consecuencia de la conquista ibérica y ampara a lo largo de los siglos formas absolutamente novedosas de expresión popular”, contó la antropóloga Alicia Martín, profesora e investigadora de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
“Desde Nueva Orleans hasta el Río de la Plata, pasando por los llanos a los Andes, esta celebración cobijó bajo el ropaje del carnaval, antiguos rituales originarios, sumando, además, la exquisita sensibilidad afro de los esclavizados negros llegados a América en más de tres siglos de tráfico esclavista. ¿Cuántas otras instituciones americanas pueden ostentar este carácter intercultural, integrar estas raíces y crear celebraciones y formas del arte totalmente originales y diferentes?”, se preguntó la investigadora, que ha dedicado décadas a estudiar a los grupos sociales que participan y participaron de esta institución cultural que conocemos como carnaval.
En le actualidad, la expresión mas común del carnaval de Buenos Aires es la murga. Se caracteriza por el baile, los disfraces, pero por sobre todo por las canciones, con su crítica y humor característico, que ironizan sobre los tabúes sociales, desacralizan el mundo, apuestan al límite entre lo permitido y lo prohibido, la censura y el exceso.
“Los murgueros son evaluadores del mundo, artífices de la creación comunitaria, continuadores y herederos de una tradición viva. Lo cual, en nuestra común historia de identidades perdidas, no es poca cosa”, agregó Martín.
Expresión artística y social
“Mi investigación sobre el carnaval porteño inició en 1986, mediante una beca UBA, con dirección de la Dra. Martha Blache en la Facultad de Filosofía y Letras. En ese momento, el carnaval y las murgas de la ciudad de Buenos Aires se reactivan en el marco de la posdictadura”, contó la antropóloga.
“Había una avidez por la expresión, la ocupación de espacios públicos, los encuentros artísticos que confluyen en celebrar el fin de la larga noche del terror dictatorial”, continuó. “La coyuntura de experimentación, libertad y encuentros del momento fue muy interesante para analizar cómo se recompone una sociedad vulnerada y cómo se transita la elaboración de los muchos traumas represivos”.
La UBA participó en esa vuelta mediante el Centro Cultural Ricardo Rojas, bajo la dirección inicial de Leopoldo Sosa Pujato. Fue un periodo muy creativo y de abrir espacios impensados. Talleres de candombe y capoeira, danzas, teatro experimental, etc.
“Allí en 1988 aparece Coco Romero dando Talleres de Murga”, recordó la antropóloga. “Fue una propuesta de gran aceptación, porque acercó a jóvenes que poco y nada conocían de los festejos carnavaleros en la ciudad”.
“Fueron jóvenes que tenían formación artística, en danza, música, poética, y aportaron a la renovación de los festejos su entusiasmo y propuestas artísticas. La mezcla e interacción de estas y estos jóvenes ingresantes con las formas más tradicionales de festejos dio resultados formidables”.
Coco Romero fue y es un gran gestor cultural, en 10 años ampliaron la cantidad de corsos en la ciudad, el número de murgas, y en 1997 lograron que el Concejo Deliberante declarara por unanimidad a las agrupaciones carnavalescas como patrimonio cultural de Buenos Aires.
Es que los corsos en las calles se habían apagado después de 1930. Algunos festejos se refugiaron en los barrios porteños, con el inicio de las murgas, comparsas y agrupaciones humorísticas. Después de los 1940s, se popularizó el veraneo, lo que llevó más deserción a los festejos de carnaval de la ciudad.
Tras el retorno de la democracia, las agrupaciones de artistas emergieron como protagonistas absolutas del carnaval de Buenos Aires. Durante los tres meses del verano se dedican a resignificar el mundo social, y la tradición, con sus canciones y bailes. Las murgas porteñas congregan a decenas de personas, vinculadas por lazos de vecindad y parentesco.
Las canciones de crítica o parodias presentan una visión humorística del mundo social que es propia de las murgas de carnaval. Una vez al año, los vecinos opinan y se ríen de la vida comunitaria. Aparecen temas como la política, la fama, los ambientes de poder y la riqueza. Siempre es contemporáneo, lo que es la clave del interés que convoca al público.
La celebración del carnaval en la ciudad de Buenos Aires, según opina Alicia Martín, ofreció una posibilidad para exhibir las diferencias sociales, económicas, y étnicas, habilitando la construcción de espacios abiertos de comunicación intercultural.
“La pandemia afectó las celebraciones que son interactivas y presenciales. Pero las agrupaciones recurrieron a las nuevas tecnologías, tienen un canal de youtube, siguieron creando y reuniéndose en forma virtual. Ya el año pasado hubo festejos callejeros, y este año se organizan corsos en los barrios más tradicionales”, concluyó Alicia Martín.