¿Quién fue Leopoldo Lugones? ¿Qué inspira a los/as escritores a escribir y cómo lo hacen?
Dialogamos con Miguel Vitagliano, profesor de Teoría Literaria en la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) y miembro de la Comisión Directiva de la maestría en Estudios Literarios respecto a la figura de Leopoldo Lugones, al acto de escribir y su motivación. Además, nos invita a leer y asegura que el lector siempre sentirá que hay un libro escrito para él mismo. “La fascinante tarea es buscarlo hasta encontrar el primero, y después encontrar el próximo y el siguiente”
Su último libro es la novela Enterrados (2018), Premio de Novela Eduardo Mallea, otorgado por la Ciudad de Buenos Aires.
¿Qué significa escribir? ¿Qué nos motiva?
Lo primero que escribió el hombre no fue en los muros de las cavernas sino en la tierra: colocó una piedra donde acababa de enterrar a un ser querido. Con ese acto buscaba honrar la memoria y recordar ese último lugar, pero, sobre todo, y sin saberlo, estaba reafirmando la potencia de la vida. En ese acto están cifradas las tramas de toda escritura.
El sacerdote Frollo, el personaje de Nuestra Señora de París, la novela de Víctor Hugo ambientada en el siglo XV, decía que los seres humanos escribieron su historia con piedras. El grito de aquella primera piedra fue el principio del aprendizaje; de a poco se animaron a colocar más piedras para formar una palabra, después, a lo largo del tiempo, construyeron edificios como frases. Frollo decía que la catedral era el libro de piedra más perfecto de la humanidad, pero que, con la invención de la imprenta, iba a perder su poder ante el Libro de papel porque éste sería más duradero.
Por supuesto que lo que esa idea ponía en juego no era solo el contraste entre la arquitectura y la imprenta, sino el poder colectivo emancipador de la tecnología de la lectura que iba a desatarse con la nueva transformación.
¿Y cómo podemos terminar siendo escritores?
Creo que por la costumbre en el uso a veces olvidamos que la lectura y la escritura son tecnologías altamente complejas. También olvidamos, es cierto, que nuestro tiempo sigue sosteniéndose sobre los pilares de cuatro o cinco libros.
Por eso tiendo a creer que más que pensar en qué es lo que convierte a alguien en escritor o escritora, deberíamos hacer hincapié en cómo y por qué dejamos de ser lectores y escritores. Hago trampas, lo reconozco, porque su pregunta se refería a la escritura como oficio y yo estoy ampliando las cosas, aunque considero que es pertinente hacerlo.
Está muy bien. Ahora si hablamos de escritores tenemos a Lugones, quién entre tantas otras cosas, fue el primer presidente de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) pero su magnitud supera los cargos que tuvo.
Además de ser una figura central en la literatura y la cultura argentina, Lugones fue director de la Biblioteca del Maestro desde 1915 hasta su muerte en 1938. Allí inauguró una sección para la infancia que, según consta en los registros, aumentó diez veces el número de niñas y niños lectores en esa sala. Llegó a tener 40 mil lectores, todos ellos concentrados en sus lecturas particulares sin que nadie pudiera entrometerse en lo que imaginaban mientras leían.
Pienso en lo que decíamos antes de la tecnología de lectura, y también en Sarmiento porque fue, durante su Presidencia, que se inauguró la Biblioteca del Maestro. Mucho antes, en 1856, Sarmiento había escrito un breve ensayo sobre el valor de las lecturas de las novelas. Levantaba la voz contra los conservadores que consideraban perniciosas ciertas lecturas. Decía que la escuela enseñaba a deletrear, pero que la lectura de novelas creaba civilidad. Y ante los pruritos de que en esas páginas hubiera asuntos poco edificantes moralmente, replicaba: “Peor todavía es vivir, que la vida es mezcla inseparable de escándalos, virtudes, crímenes, placeres y penas. La novela los depura por lo menos, y les quita la parte innoble que tienen en la realidad.”
En la biografía que Lugones escribió sobre Sarmiento recuerda en un momento que él leyó el primer libro de la biblioteca de su escuela; es decir, de aquellas que promovidas por Sarmiento en cada escuela del país. Cada escuela debía tener una biblioteca, un museo y un teatro, no importaba la cantidad de volúmenes ni que tan acondicionada fuera la sala de actos o cuántos especímenes tuviera el museo, lo que importaba era que la idea tuviera lugar para crecer.
Una vez tuve ocasión de visitar el despacho de Lugones en la Biblioteca. Estaba allí su máquina de escribir, pero lo que me llamó poderosamente la atención fue su sillón de lectura, era realmente único, se había mandado hacer un atril de lectura adosado a uno de los apoyabrazos.
¿Qué recomendaría a los jóvenes o escritores incipientes?
Que no dejen de hacerlo. Y por sobre todo, que lean. Siempre hay un libro que sentirán escrito para ellos. La fascinante tarea del lector es buscarlo hasta encontrar el primero, y después encontrar el próximo y el siguiente. Pronto descubrirá que son muchos más que lo supuestos al comienzo.
¿Qué políticas públicas deberían implementarse en cuanto a la escritura y la industria editorial?
Es un avance, ante la propuesta de la Unión de Escritoras y Escritores, la creación del Instituto Nacional del Libro (INLA), además del reconocimiento para que haya una jubilación para escritoras, escritores, traductoras y traductores.
Y me gustaría llamar a la reflexión a las autoridades del Gobierno de la Ciudad para que revean la prohibición del uso del lenguaje inclusivo en las escuelas, al menos para no verse retratados en el ensayo de Sarmiento que mencionamos líneas atrás ¿No es ridículo prohibir un modo de hablar?