En esta tercer entrega nos cuenta su mirada el Dr. Rubén Abete, médico cirujano de la UBA y Teniente de Fragata de la Armada Argentina. Se recibió de médico en la Universidad de Buenos Aires, hizo la residencia en el Hospital de Clínicas y finalmente culminó su carrera docente en la Facultad de Medicina de la UBA. Hizo un posgrado de cirugía reparadora y quemados en el Hospital Francés y luego decidió ingresar al Hospital Naval de Buenos Aires como instructor de residentes. Pero antes tuvo que pasar por Malvinas. Ahí comienza su historia.
-¿Cómo llegaste a ser cirujano de la Armada?
-Llegué a la Armada por una decisión en mi vida de ejercer la medicina en un hospital público, que me brindara las posibilidades de hacer la especialidad que yo quería, que era cirugía, sin diversificarme, y pudiese también completar mi carrera académica de docencia, o sea dar clases.
Un día yendo a la casa de mis padres en Caballito, paso por Parque Centenario y el taxista se desvía por una construcción, curioso, le pregunto qué era eso y me empieza a tirar toda la ficha: “es el nuevo Hospital Militar, el más moderno de Buenos Aires, de la Argentina!”, da la vuelta y pasa por el viejo hospital que era muy chiquito, y me quedé pensando, si este hospital tan chiquito va a pasar a este tan grande, acá hay una oportunidad de trabajo que sin dudas deberá existir. Sabía que el Hospital Naval no tenía residencias médicas y con la apertura del nuevo edificio, seguro las iban a instaurar. Entonces, mi idea fue presentarme para ser instructor de residentes en el Hospital Naval. Así entré a la Armada, pero la vida quiso otra cosa.
-¿A dónde te llevó la vida entonces?
-Primero hice un curso de adaptación en Rio Santiago, instrucción militar, salí con el cargo de Teniente de Fragata, y luego en el Hospital Naval de Puerto Belgrano, donde estuve un año. De ahí, me debían mandar al nuevo Hospital Naval de Buenos Aires, pero me destinaron a otro “nuevo hospital”, pero en Rio Grande, Tierra del Fuego, a una unidad de combate que era el Batallón de Infantería de Marina N° 5, en el año 1981.
-Y llega abril del 82. Vos estabas en el Sur. ¿Sabías que se venía el desembarco en Malvinas?
-No, no lo supe, hasta ese día. Eran las 5/6 de la mañana, me estaba afeitando para ir a trabajar y mi mujer lo escucha por la radio. Yo vivía a 50 metros de la Unidad Militar, y hacía un año que estaba ahí, y no tenía ninguna información, nada. Así que totalmente sorprendido.
A partir de ahí se desencadenaron muchísimas cosas, en forma muy rápida. Al mediodía de ese mismo 2 de abril, recibimos el cuerpo del Capitán Giachino, que ya había fallecido. Vino en un avión de la Armada con dos compañeros míos, el cirujano que lo había operado en Puerto Argentino y un pediatra que estuvo en el desembarco de Malvinas. A partir de ese momento, todas las situaciones que se desarrollaron fueron muy rápidas y cambiantes.
-¿Estaban bien preparados en la Unidad de Combate donde trabajabas?
-Era la unidad más preparada que tenía toda la República Argentina para combatir en un terreno de esas características. Rio Grande es muy similar a Malvinas, la turba malvinera está presente también ahí en la Isla Grande de Tierra del Fuego. El suelo, las temperaturas, los vientos, las tormentas son los mismos, el hábitat es muy similar.
Teníamos conformado un gran equipo, y ya en Malvinas, se sumó gente que vino del Ejército, y llegamos a casi 1000 personas, muchos. El 98% era combatientes.
Los médicos éramos: mi jefe, traumatólogo, yo, cirujano, un guardamarina que había pedido prórroga en el servicio militar por tener avanzada la carrera y cuando se sumó lo agarró la guerra y después se nos sumó un médico que era conscripto pero trabajaba como doctor. Cuatro médicos, dos odontólogos y un bioquímico, para atender a casi mil personas.
-¿Cuándo llegás a las Islas?
-Viajo a Malvinas el 5/6 de abril. Va un pequeño grupo de 60 personas, la parte operativa del batallón, me incluyen a mí porque era el cirujano. Y a los pocos días llegó el resto de la Unidad. Nos instalamos en Puerto Argentino, nos dan el rol que tenía que cubrir el batallón, una larga extensión, 6 o 7 km, entre lo que se denomina Sapper Hill y Two Sister. Y en el centro del dispositivo estaba lo que se denomina el PUSO, Puesto de Socorro, donde estábamos nosotros, en el frente de combate.
La primera extensión se hace inmediatamente en la línea de combate, se evacua hacia algún punto de encuentro donde se hacen las primeras curaciones o clasificación y de ahí se evacua al Puesto de Socorro y de ser necesario, porque no se puede solucionar, se deriva al Hospital.
El PUSO, era una casa de habitantes de la Isla, que se habían ido hacia Darwin. Tenía un pequeño garage, donde estaban armadas algunas camas para internaciones y curaciones. Teníamos los elementos indispensables para hacer pequeñas cirugías si era necesario. Porque en la guerra no solamente están las heridas de combate, sino que están las patologías de todos los días, que suceden en todo el mundo: esguinces, fracturas, resfríos, diarreas, gripes, hubo un caso de hepatitis. Toda esa patología se va atendiendo y solucionando. Más el momento cuando uno entra en combate, los heridos.
– Si tuvieras que definir qué fue Malvinas para vos, para tu vida
-Yo vengo de la educación pública y siempre la reivindicación territorial y soberanía sobre Malvinas me la enseñaron desde el primer grado, y creo que está arraigado en mí y en mucha generaciones ese concepto. Entonces para mí, fue muy importante, pero al mismo tiempo, fue sorprendente. Y en mi vida fue un punto de inflexión: fue un antes y un después. Fui de una manera y volví de otra. Me cambió la vida, no fui ni soy la misma persona.
-¿Cómo se vuelve de Malvinas?
-Un ejemplo. Pese a ser médicos, nosotros tuvimos varias situaciones de combate muy peligrosas. El anteúltimo día del combate final, en el puesto donde estábamos cae una cazamata, recibimos sobre nuestras cabezas tres impactos directos de fuego naval. Cada proyectil de esos es similar a una bomba. Y dada la cobertura que teníamos ese día, se ve que no era el día que teníamos que morir y nos salvamos. Eso te impacta muchísimo. Volví cambiado.
El estrés postraumático existe, en mayor o menor grado. Algunos tienen la posibilidad de manejarlo, con ayuda, en otros casos es imposible. Es un estrés que existe en todas las guerras, para vencedores y vencidos. Por eso los fallecimientos posteriores a los hechos bélicos son muy numerosos e importantes, tal vez tan importantes como los que se producen en la zona de combate.
-¿Seguís conectado con la gente de Malvinas?
-Me retiré al poco tiempo con grado militar, pero seguí ejerciendo como médico cirujano en el Hospital Naval de Buenos Aires durante mucho tiempo. Me mantuve en contacto y tengo un contacto íntimo, con la gente con la que estuve en la guerra. Hay una hermandad notable. En todos los niveles, desde conscriptos hasta oficiales. Es una identificación que a uno lo marca por el resto de su vida, sin ninguna duda.
-Vos llegaste a Malvinas, dijiste entre el 5 y el 6 de abril, a tus 32 años. ¿Cuándo volviste?
-Me quedé hasta que terminó la guerra y estuve prisionero de los ingleses en un campo de concentración que era el Aeropuerto de Puerto Argentino. No sé, 7,8,10 grados bajo cero a la intemperie, sin alimento, sin agua, sin nada. Y estuvimos, las primeras 48 horas éramos 5000, 7000, 8000 tipos en dos galpones. Imaginate el hacinamiento de lo que era eso. Y después nos llevaron al aeropuerto. No recuerdo bien el tiempo, si estuve una semana, diez días, quince…no recuerdo exactamente.
-¿Estábamos preparados para la guerra?
-La guerra es un episodio en el cual nadie está preparado. Ni los profesionales de la guerra. Porque una cosa es la teoría y otra cosa es cuando te cae una bomba en la cabeza. Hacés todo el planeamiento, perfecto, pero cuando ves el agujero que dejó una bomba en el piso, ya ahí las cosas son distintas.
-Vos estuviste en la trinchera y además sos médico. Vos viste todo el horror de la guerra.
-Todo. Yo lo vi y lo viví de cerca. Conocés el miedo, todos tenían miedo. Estaba en uno poder manejarlo y el que no lo tiene es porque no es consciente. Todo el mundo tiene miedo, el punto era que no te inhiba de hacer lo que tenías que hacer.
-¿Qué fue lo más triste que te pasó en Malvinas?
-Son momentos. Lo peor es todo lo que uno tiene que pasar en una guerra, es un hecho tristísimo. Son varias imágenes que te quedan. Las de los pacientes, las tareas médicas que realizaba durante el conflicto, pero hay algunas me quedaron grabadas en la cabeza.
Me quedó grabado cuando terminó la guerra. Yo estaba junto a la unidad de combate pero a medida que vino el ataque final, van retrocediendo y ya no tenía sentido que los médicos se quedaran en primera línea de combate porque estaban ya arrinconados contra Puerto Argentino. El Hospital estaba pegado, a donde termina esa colina que se llama Sapper Hill. Y el último reducto en rendirse fue justamente ese, que estaba defendida por el Batallón de Infantería N°5 al que yo pertenecía.
Y fue tan cruel el combate….yo estaba operando a metros del lugar de los hechos. Estábamos haciendo, con otro oficial del ejército, un bypass en la arteria poplítea en la rodilla de un suboficial que una esquirla se la había cortado. Afuera un combate atroz, porque era a metros, y tiraban con obuses, tanques, bombardeo, de todo estaban tirando. Temblaba todo. Pero los que estábamos operando estábamos recontra tranquilos, porque te aislás. Todo el Hospital evacuado, esa camilla con el equipo quirúrgico, el piso lleno de sangre…Y se abre la puerta del quirófano y aparecen dos ingleses, un paracaidista y un infante de Marina. Entonces, lo primero que dijeron fue: “La guerra se terminó. Quédense tranquilos. Qué están haciendo? Necesitan ayuda? Quieren que venga alguien? Operen tranquilos si necesitan algún especialista…Pero la guerra terminó”. La imagen que tuve de esos infantes me quedó grabada. Fue sorprendente.
Nos dicen, avísennos cuando terminen que es lo que quieren hacer: pueden ir al buque Hospital Argentino que está en la Bahía, pueden ir a un buque nuestro (inglés) si quieren los llevamos; se pueden ir ustedes con el herido sin ningún inconveniente…
Y llega el atardecer, y era el atardecer de una derrota, hacía un frío tremendo, neviscando, focos de incendio en distintos lugares y una línea, de un lado los ingleses y del otro los argentinos. Y uno, transitando por el medio, parecía una escena de película de guerra. Ahí decidí quedarme con mis compañeros, tuve la oportunidad de irme en helicóptero sin ningún problema, pero dije, conviví toda la guerra con mis amigos, yo me quedo con ellos y nos iremos todos juntos de acá. Entonces, la imagen que me quedó es la de cuando termina todo. Es como un click. En determinado momento estas en el infierno, y al segundo, se terminó todo. Es muy fuerte.
-¿Tuviste cerca de morirte?
-Esa imagen también me quedó muy grabada. Fue el primero de mayo, cuando nos atacaron los ingleses, nosotros estábamos en el Puesto de Socorro (PSO), y serían las 5 y pico de la mañana y hacen un ataque brutal los ingleses desde todos lados. Bombardean aviones de ataque. Entonces, salimos de la casa PSO. Nosotros teníamos lo que eran trincheras o pozos para cubrirnos, porque es más factible que le peguen un bombazo a una casa que a un pozo. Es una cuestión de probabilidades. Lo habíamos puesto cerca del agua, teníamos que tener una mala suerte que te lo metan en la cabeza. Y cuando nos estábamos deslizando a la carrera para meternos en el pozo ese, la batería antiaérea argentina impacta en un Harrier que iría a 300 metros de altura delante nuestro, arriba nuestro. Era una bola de fuego, de noche a esa hora, iluminó toda la isla.
Y ahí pensé acá conocí el infierno, porque es una cosa tan impactante que nos dejó duros, no podíamos seguir corriendo. Imaginate una bola de fuego en el aire que la tenés muy cerca”.
-¿Y lo mejor de Malvinas?
-Sin duda, lo mejor de Malvinas fue el espíritu. Porque había un espíritu de camaradería, de lucha, de estar convencido de uno mismo. Te habían puesto ahí y cumplías la misión que te habían asignado. Creo que lo mejor de Malvinas, vino después, con el tiempo. Que es este espíritu de no dejar caer las reivindicaciones sobre las Islas, por otros medios; el reconocimiento. Creo que fue lo que vino después.
-¿Volviste a las Islas?
-No, lo tengo pendiente. La pandemia me lo impidió. Tengo un amigo que es piloto y tiene avión privado, ya fue en dos oportunidades. La tercera era la mía, pero no pudo ser por el covid, está pendiente. Quiero ir.
-Termina Malvinas, te devuelven los ingleses y…
-Fuimos uno de los últimos en ser evacuados. Nos llevan otra vez al Puerto, nos embarcan en un remolcador que nos lleva al Bahía Paraíso. Subiendo por una escalera de sogas, que en las películas es muy fácil pero hay que subirlas, con el espíritu destrozado, pesando 20 kilos menos, sin fuerzas, no me bañaba hacía un mes. Y también fue tragicómico, porque enseguida me asignaron un lugar para bañarme, me dieron ropa limpia, y después me dirigieron a un lugar donde íbamos a comer y me ofrecen una copa de vino -se rie- era lo máximo, el regalo más grande, una copa de vino, que ahora uno tal vez no lo aprecia pero fue una sorpresa. Pasamos de tomar agua de la pista de aterrizaje derritiendo la nieve a que me ofrezcan una copa de vino. Fue un hecho violento en cuanto al cambio.
Navegué hasta Puerto Belgrano, estuve dos días, y ahí me llevaron en avión a Río Grande. Me dieron una licencia de 45 días, vine a Buenos Aires a buscar a mi familia, mujer y dos hijas. Volvimos a Tierra del Fuego a fines de julio y me quedé ahí hasta diciembre del 82.
Y de ahí….a dónde fui? a ser instructor de residentes del Hospital Naval de Buenos Aires tal como arrancó esta historia. Di una vuelta un poco larga y peligrosa para llegar, pero llegué. Lo importante era llegar.
-Sentiste que tuvieron el reconocimiento merecido por parte de la sociedad civil, de los gobiernos?
-En un principio no. Hubo un período de desmalvinización notable, no hubo reconocimiento, al contrario, fue escondernos, éramos paria. Se escuchaban comentarios negativos sobre los veteranos: estos locos, estos borrachos, que andan por la calle…se oían en todos lados, hasta que la misma población fue, de alguna manera, reconociendo esas cosas.
Y a partir de la movilización de la gente, las instituciones fueron cambiando su mirada, posteriormente. En otros países el reconocimiento al veterano sucede en el mismo instante que estalla la guerra. Acá las condecoraciones o palabras o hechos o diplomas o ayuda económica, vinieron muchísimo más tarde. En el interior, tal vez fue más temprana, porque hubo una gran identificación, quizás por el tamaño de la población, en los pueblos la gente se conoce más, hay más intimidad.
Pero, ahora, en el último desfile militar que hubo acá en Buenos Aires, cuando pasaron los veteranos, fue escalofriante. La gente llora de emoción, los abraza, les tira flores, es realmente muy emocionante y un reconocimiento de parte de la gente notable.
Con las instituciones en distintas administraciones fue paulatino, cada vez fue mayor. Tenemos un temperamento como país distinto a los otros países, entonces fueron tiempos distintos. Los tiempos políticos fueron distintos a los tiempos de la gente.
-¿Volverías a hacer todo lo mismo?
-Si, no me arrepiento de nada. Cuando me destinan a Río Grande yo no sabía ni donde quedaba. Fui y me compré un mapa, con mi mujer teníamos dos años y medio de casados. Cuando lo ví, no lo podía creer. Leo, población 15 mil habitantes. Hoy con mi mujer, pensamos que fueron dos años magníficos de vida. Cortás el cordón umbrical con todas las cosas, te independizás, 3000km en esa época era tremendo. Para hablar por teléfono pedías la comunicación a la mañana y te la daban a la noche. Así que no hablabas nunca.
-¿Te costó, fue difícil volver de Malvinas?
-Si, mucho. Mi hija más chica no me reconocía, me rechazaba. Y era la que más apegada a mí estaba cuando me fui. Y cuando volví, me rechazaba. Además, tuve y tengo algunas secuelas de estrés postraumático, de las cuales me traté psicológicamente. Pero hay cosas que no cambiaron. Nunca más volví a dormir toda la noche. Desde hace 40 años, yo no duermo toda la noche. Duermo de a ratos, dos horas profundas de entrada y después me despierto cada hora y media. Y eso fue a partir de Malvinas.
Te cambia la manera de pensar, valorizas otras cosas. Tal vez una de las cosas que noté es que me sacó un poco la tolerancia que tenía. En la guerra tuvimos que tomar decisiones inmediatas, es tu vida. No podés pensar qué vamos a hacer. Entonces, cuando hay ahora, situaciones laborales que se tensan…me doy cuenta que me sacó un poco de tolerancia, todo te parece menor.
Y me alteró la vida, sin ninguna duda, la manera de ser. Todos fuimos de una manera y volvimos de otra. En cuatro meses, somos otras personas. Son experiencias super aceleradas e intensas que te parecen una vida. Es bastante traumatizante.
El poder adaptarse después depende de muchas cosas, de la formación de cada uno, de la constitución familiar, del nivel intelectual, de la capacidad de ayuda que tenés para resolver los problemas. Mucha gente no tuvo esas cosas.
-¿Fueron héroes?
-Yo no, no me considero un héroe, pero hubo héroes notables. Siempre cuento la misma anécdota. En el Batallón había un suboficial que se llamaba Castillo, correntino, chiquitito, bigotito finito. Él pasaba desapercibido, no era un aguerrido ni nada por el estilo. Era una persona más en la dotación. Esto que te cuento, también está relatado por los ingleses y en algunos relatos argentinos.
El 13 reciben un ataque feroz de paracaidistas ingleses a la posición donde estaba el batallón. Y el suboficial Castillo estaba en la trinchera con sus soldados y su jefe de grupo. Este hombre, juntos con los que estaban, se quedaron sin municiones, y cuando se quedó sin nada, salió de la trinchera a correr a los ingleses con la bayoneta. Lo acribillaron a balazos. Una valentía extrema, uno dice, este hombre tenía un coraje tremendo y esas cosas reivindican a las personas. Ellos sí fueron héroes, los que dejaron su vida en Malvinas.