Pensamientos intrusivos

Eduardo Keegan, profesor de la Facultad de Psicología, explica qué son estas imágenes o impulsos cotidianos que aparecen como “pop ups” en nuestra mente, captando nuestra atención e interrumpiendo aquello a lo que atendíamos un minuto antes ¿Cómo pueden afectarnos? ¿Qué podemos hacer?

Miguel sale a disfrutar un día de campo y, de repente, mientras maneja, se pregunta si habrá cerrado con llave la puerta de su casa. Juana va a conocer las Cataratas del Iguazú y al contemplarlas se le ocurre, por un segundo, saltar. Ricado corta cebolla y, de pronto, le surge la idea de cortarse. En una madrugada, Micaela se prepara para un final y le invade la sensación de que siempre fracasa y que debe dejar todo de lado.

Eduardo Keegan, profesor Titular de Psicoterapias de la Facultad de Psicología, explica que este tipo de pensamientos “se presentan como enunciados, imágenes o impulsos que aparecen en la mente de una persona de modo no deliberado y que interrumpen el fluir de la conciencia. Se asemejan al cartelito o “pop up” que aparece en una pantalla de computadora: capta nuestra atención e interrumpe aquello a lo que atendíamos un minuto antes”.

¿Qué tienen de especial? Keegan cuenta que “se presentan con mayor intensidad y/o saliencia que otros pensamientos, de allí el nombre de “intrusivos” con que se los caracteriza”.

Temática y reacción

“Las intrusiones mentales, afirma Keegan, pueden ser útiles: Hace unos días me di cuenta de que había dejado enchufado un electrodoméstico en casa y volví a desenchufarlo (a diferencia de Miguel, yo estaba seguro de haberlo dejado conectado). Otras veces pueden referirse a temas importantes para nosotros, pero sin tener trascendencia en sí: Por ejemplo, se refieren a la salud de una persona que queremos mucho, pero sin que haya razones para que uno se preocupe por su bienestar”.

En cuanto a la naturaleza de nuestra reacción a las intrusiones no deseadas, Keegan dice que puede variar mucho “si las connotamos negativamente podemos reaccionar con mucha ansiedad o malestar. Pero si las considero como inspiración artística, por ejemplo, entonces las connotaré positivamente”.

¿En qué se diferencian de otros pensamientos? Keegan sostiene que lo hacen “en la intensidad, saliencia, persistencia, aunque estas cuestiones dependen más de la forma en que la persona responde al pensamiento intrusivo que a la intrusión en sí”. Y agrega que “los pensamientos intrusivos pueden cumplir un papel en diversos problemas mentales, pero no son patológicos per se”.

Los pensamientos intrusivos no son un problema en sí, pero pueden convertirse en obsesiones cuando una persona intenta suprimirlos

El problema

Los pensamientos intrusivos pueden aparecer en cualquier momento, o bien ser gatillados por un contexto que los evoca. Keegan señala que “cuando una persona sufre un accidente grave, y desarrolla un trastorno por estrés agudo o por estrés postraumático, suele suceder que el mero pasar o evocar el lugar donde ocurrió el accidente se vea seguido de la aparición de muchas imágenes o pensamientos intrusivos”

“En el caso de los pacientes con trastorno obsesivo-compulsivo suelen buscar denodadamente la “causa” de la aparición de las intrusiones, pero en general esto se debe a factores puramente triviales, ya sea una palabra, un nombre, una publicidad” sostiene Keegan. No sorprende que Ricardo piense en cortarse cuando está usando un cuchillo, pero él toma esa idea como si revelara algo importante sobre sí mismo y su comportamiento.

El profesor de la Facultad de Psicología explica que “Los pensamientos intrusivos no son un problema en sí, pero pueden convertirse en obsesiones cuando una persona intenta suprimirlos, dando lugar a un fenómeno que se conoce como ‘procesamiento irónico’ que consiste en la paradoja de que, cuanto más quiero librarme de un pensamiento, más frecuente y saliente este se vuelve en mi mente”.

Keegan nos invita a hacer un experimento: Cerrar los ojos y hacer todos los esfuerzos posibles para no pensar en un elefante rosa, y a la vez anotar cada vez que esa imagen aparece en nuestra mente. O bien hacer todo lo posible por no ver ni pensar en picaportes de puertas”.

“El intento de no pensar en algo lleva al incremento de frecuencia y saliencia de eso que se evita; la supresión produce el efecto contrario al buscado. Las intrusiones se convierten en obsesiones cuando una persona las considera importantes, en lugar de tomarlas por lo que son, meros eventos mentales”, afirma Keegan quien agrega que “Si yo pienso que una intrusión de contenido violento refleja mi verdadero ‘ser inconsciente’, entonces le daré mucha importancia y sentiré mucha ansiedad y malestar al tener esa intrusión. A este fenómeno se lo denomina ‘fusión de pensamiento-acción’, esto es, la creencia de que pensar algo moralmente inaceptable equivale a serlo, por ejemplo: si tengo estos pensamientos es porque en el fondo soy un monstruo”.

Keegan sostiene que “en el estrés postraumático pasa algo similar. Como las intrusiones evocan el evento traumático, muchas personas intentan suprimir el recuerdo, pero lamentablemente esto impide el procesamiento de las emociones ligadas a la experiencia, lo que lleva a que se reviva el evento traumático como si estuviera ocurriendo. Si la persona se expone a ese recuerdo, y tolera el malestar que conlleva, el procesamiento de las emociones puede tener lugar, y eventualmente eso se convierte en un mero recuerdo doloroso”.

Las intrusiones mentales también pueden presentarse en pacientes con esquizofrenia, pero en este caso, Keegan advierte que “se convierten en problemas por cuestiones mucho más complejas, que tienen que ver con las alteraciones en el procesamiento de la información que acompañan a esta patología, y a la afectación de ciertos circuitos de neurotransmisión relacionados con la saliencia perceptiva”.

Resolver el problema desde la terapia y la vida cotidiana

Keegan explica que “desde la terapia cognitivo-conductual para el trastorno obsesivo-compulsivo, el foco está puesto en que el paciente abandone las conductas que apuntan a reducir la ansiedad que genera la intrusión (por ejemplo, rituales, compulsiones), y se exponga por suficiente tiempo a la intrusión sin hacer nada al respecto”.

“Esto genera malestar en el corto plazo, pero eventualmente produce un descenso del malestar y la desaparición de las conductas problemáticas. En suma, se alienta al paciente a reaccionar del modo opuesto: en lugar de evitar la intrusión, se le pide que se exponga a ella”, agrega el profesor de la Facultad de Psicología.

Keegan comenta que “En el abordaje cognitivo de las obsesiones se alienta a los pacientes a no asignarles importancia, a tolerar la incertidumbre relacionada con ellas, a no confundir pensar con actuar, a no juzgarse por lo que piensan. Ambas estrategias son convergentes, aunque se desarrollaron separadamente y fueron generadas por distintos abordajes psicológicos. Los tratamientos farmacológicos también tienen buenos resultados, aunque en general la durabilidad de sus efectos es menor a la de la terapia cognitivo-conductual, a menos que el paciente continúe con terapia farmacológica de mantenimiento”.

En cuanto a la vida cotidiana, Keegan sugiere “no dar mayor importancia a los pensamientos intrusivos. Si estos se han vuelto una molestia, algo que se repite pertinazmente y genera sufrimiento, entonces consultar a un psicoterapeuta cognitivo-conductual o a un médico psiquiatra. Los tratamientos tienen buenos resultados, y estos se evidencian bastante rápidamente”.

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