Clementina, la primera computadora

Cecilia Berdichevsky y Clementina, en una foto en papel del archivo Zagalsky/Berdichevsky. 

Hoy estamos rodeados de computadoras: de escritorio, portátiles, tabletas y teléfonos celulares, pero las primeras computadoras funcionaban a base de grandes válvulas, ocupaban hasta 20 armarios metálicos, y requerían de una muy buena refrigeración.

Así era Clementina, la primera computadora científica de la Argentina. Comprada por la UBA en 1958 e instalada el 7 de diciembre de 1960. Adquirida por la necesidad que tenían los científicos de resolver problemas muy complejos, que para la mente humana llevaba días, y a veces con menos precisión de la deseada.

La era de la computación digital había comenzado 10 años antes en Europa y Estados Unidos. En Argentina las primeras iniciativas fueron llevadas adelante dentro de la Universidad de Buenos Aires, que por aquellos tiempos se encontraba en un proceso de renovación y transformación, tanto académica como en el ámbito de la investigación científica.

Clementina fue parte de ese movimiento encabezado por el rector de la UBA de aquel entonces, Risieri Frondizi. La idea era que la universidad formase parte plena de la sociedad, que ayudase no sólo a formar a su gente, sino a resolver problemas y mejorar la sociedad mediante investigación científica y tecnológica.

Manuel Sadosky, vice decano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA por esos tiempos, estaba convencido de que las matemáticas aplicadas podían ayudar a la sociedad, y más valiéndose de la capacidad de calculo de esa nueva tecnología llamada computadoras.

Ese mismo año de 1960, un grupo de matemáticas y matemáticos de la UBA, liderados por Sadosky, fundaron el Instituto de Cálculo con el fin de trabajar en matemáticas aplicadas, es decir, resolución de problemas.

Querían que los cálculos matemáticos ayudasen a mejorar la sociedad argentina. Algo que parece utópico, pero que funcionó, y sigue funcionando hoy en día desde ese mismo instituto. Para ese fin, Sadosky logró que el CONICET aprobase la compra de una computadora Mercury de Ferranti, con un costo que en la actualidad equivaldría a unos 3 millones de dólares.

El proyecto Clementina

Clementina fue la primera computadora en ser comprada en la Argentina, en 1958. Pero, para cuando arribó en 1960, lo hizo acompañada de otras cuatro computadoras. Si bien fue la tercera en llegar, las otras eran todas para empresas con fines comerciales. Clementina fue la primera con fines científicos.

Era una computadora Mercury, comprada a la compañía británica Ferranti. Su apodo se lo ganó porque al finalizar cada cálculo, la máquina hacía un sonido con los acordes de la canción “Oh my darling Clementine”.

Clementina tardaría mucho en llegar por diversos trámites burocráticos. Arribó al puerto de Buenos Aires un 24 de noviembre de 1960, y fue instalada el 7 de diciembre del mismo mes. Comenzó a funcionar ya de forma ininterrumpida el 15 de mayo del año siguiente, con el primer curso que se dio para programadores e investigadores.

El grupo liderado por Manuel Sadosky veía a esta nueva tecnología de la computación como una forma de ayudar a la investigación científica en diferentes áreas, a través de lo que se conoce como matemáticas aplicadas, es decir, resolver problemas.

El mismo decano de Exactas de aquel momento, Rolando García, imaginó al Instituto de Cálculo como “el consultor máximo de la República y quizás de Latinoamérica” en matemática aplicada. 

Tanto Sadosky, como todas y todos los matemáticos que lo acompañaron, tuvieron la intuición sobre la importancia social que el futuro reservaría para las computadoras y los modelos matemáticos potenciados por el cálculo electrónico. Modelos que ayuden en los procesos de toma de decisión y de optimización. 

Hoy en día, por ejemplo, en el Instituto de Cálculo las matemáticas aplicadas se utilizan para ayudar a resolver problemas de logística y transporte en diferentes municipalidades del país. También fueron vitales en el trabajo que el instituto realizó durante la Pandemia de COVID19, con los modelos matemáticos que permitieron gestionar de forma eficiente todo lo relacionado a la lucha contra esta enfermedad.

1960 sería el año de inicio de la computación en Argentina. La primera computadora en llegar, lo hizo para los festejos de los 150 años de la Revolución de Mayo. Fue una IBM 305, que respondía preguntas del público. Poco después se instalaron unas IBM 650, y para noviembre llegó la Mercuri Ferranti de la UBA. 

Pero sería en la de la UBA donde se iniciaría la computación argentina utilizada para fines académicos y científicos. En 1963 se crearía la carrera de Computador Científico en la UBA, que buscaba formar especialistas que pudiesen usar de forma eficiente la computadora como una poderosa herramienta de cálculo. Para 1965 ya se crearía en el Instituto de Cálculo el primer lenguaje de programación argentino, llamado COMIC.

Fue vital, en la coordinación de los diferentes proyectos, el trabajo de Rebeca Cherep de Guber, matemática y profesora de la UBA, motor vital del Instituto de Cálculo incluso desde antes de su fundación, y también para la creación y primeros años de la carrera de Computador Científico.

Otra pionera de la informática, y clave en el trabajo diario de Clementina, fue Cecilia Tuwjasz Berdichevsky, matemática y la primera programadora de Argentina. Es quien aparece en casi todas las fotos de la computadora de la UBA por la mismísima razón de que era una de sus principales operadoras y programadoras. También profesora de informática de la nueva carrera.

Clementina en auge

Durante sus primeros años de funcionamiento, la computadora fue utilizada para resolver problemas de investigación y también otros de la sociedad argentina. El primer trabajo que realizó fue una muestra del censo nacional, que le llevó media hora procesar. En los años siguientes ya funcionaba las 24 horas del día y los siete días de la semana, procesando infinidad de proyectos.

Pensemos que una computadora Mercury como Clementina, no era como nada que tengamos hoy a mano. No tenía un teclado como los de PC o notebooks, ni mucho menos táctil como un teléfono celular o una tableta.

Los programas y datos, se introducían en la computadora mediante una cinta de teletipo de cinco agujeros, y luego eran leídos por una lectora fotoeléctrica. También se podía comandar o introducir datos por un tablero, pero ni de cerca, parecido a un teclado. Eran unas 30 llavecitas, que se iban combinando, para darle información a Clementina.

Podía llegar a procesar hasta 400 caracteres por segundo. A modo de comparación, un teléfono celular actual es hasta 5000 veces más veloz. Pero tardaba como dos horas en arrancar, y poder ponerse en funcionamiento.

¿Para qué se usaba Clementina? Por ejemplo, in equipo dirigido por Oscar Varsavsky, creó un modelo de economía argentina, que permitía ensayar políticas de ese ámbito. Este modelo no sólo fue muy útil para el país en esos años, sino que se utilizó en otros de la región, como Chile y Venezuela.

También realizaban cálculos para gestionar mejor. Por ejemplo, para YPF, con la logística de distribución de combustible. Muy útil en el momento fueron los cálculos que Clementina realizaba para los geólogos, para lograr un mejor aprovechamiento de los ríos de las provincias de la región cuyana.

Incluso, muy de avanzada para su época, existió un grupo de lingüística que usaba a Clementina en la búsqueda de la traducción automática, un tema que hoy en día todavía no se ha alcanzado con éxito total.

El trabajo realizado por el Instituto de Cálculo con Clementina, desde 1960 hasta 1966 fue un ejemplo del espíritu que imperaba en la UBA en esos tiempos, de encausar la investigación científica y tecnológica hacia la resolución de los problemas nacionales. Ya se dejaba atrás a la universidad exclusivamente enfocada en la formación de profesionales.

Pero el golpe de estado de 1966 pondría un freno a todo en el país, que no se recuperaría hasta 1983. La dictadura militar que derrocó al presidente constitucional Arturo Illia el 28 de junio de 1966 se inició con una violenta represión en todos los ámbitos.

Como lo fue la llamada Noche de los Bastones Largos, del 29 de julio de ese año. El régimen dictatorial entró en cinco facultades en la Universidad de Buenos Aires, y reprimió salvajemente a estudiantes, docentes, y nodocentes.

Más de mil docentes de la UBA renunciaron a sus cargos, entre ellos casi la totalidad de los integrantes del Instituto de Cálculo, y de todos quienes operaban a Clementina. Todos los golpes de estado que siguieron, generaron una desestabilización total no sólo en la investigación científica, sino en la educación pública.

Clementina tuvo muy poco uso hasta 1971, cuando ya sin recursos para mantenerla, dejó de funcionar. Pero el la idea centrar detrás de su compra, de llevar los beneficios de las matemáticas aplicadas a la resolución de problemas prácticos de la sociedad se mantuvo intacto, tras el retorno de la democracia en 1983 hasta la actualidad.

Fuentes:

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